
Por tanto, programamos salir de Kiev en dirección a Ivano-Frankivsk, para terminar nuestra primera etapa en el coqueto hotelito de Yaroslav, nuestro gran amigo (y socio en los temas de integración europea).
En esta ocasión no tuvimos la fortuna de encontrarnos con él, pues se hallaba de viaje, por lo que nuestros contactos y despedida hubo que hacerlos vía teléfono móvil.

Escarmentados por lo acontecido en la aduana ucraniana cuando nos proponíamos entrardesde Polonia, en esta ocasión nuestros amigos y socios nos proveyeron de dos escritos oficiales dirigidos al jefe de la aduana, y a todos los jefes de las aduanas ucranianas, informándoles de mis personales vínculos con Ucrania, como Presidente del Centro de Integración España-Ucrania (CIESPU), asociado con el Centro de Integración Europea de Ivano-Frankivsk, y representante oficial en España y Portugal del oblast de Ivano-Frankivsk y de varios municipios de la región, entre ellos el de la propia capital.
Sufrimos los 200 kilómetros de infame carretera, y sufrimos las locas imprudencias de muchos conductores ucranianos, quienes pese al desastre dela carretera por la que se circulaba, adelantaban de cualquier forma y manera, especialmente en los cambios de rasante.

Bien, pues en Krakovets optamos por hacer uso de las “cartas” de “recomendación”, y nos dirigimos a un oficial de aduanas que se hallaba al final de la gran cola de automóviles.
Este oficial, ya maduro, nos sonrió, leyó la carta, y dijo: “Sigan conmigo hasta que les abra paso…” Y nos llevó por la línea, vacía, reservada para los del CD, hasta situarnos en la línea de cruce.
Allí nos atendió con amabilidad un policía y un agente de aduanas, quienes, en diez minutos formalizaron todos los trámites. Y ya pasamos a la frontera de Polonia, en la que, aunque con poca meticulosidad en comparación con los vehículos y viajeros ucranianos, se nos inspeccionó por encima el maletero y se anotaron las entradas en el pasaporte.
Total, que una demora presumible de cinco horas se convirtió en una espera de cuarenta y cinco minutos.

Llegamos a esta ciudad a media tarde y en el hotel reservado, en el centro tuvimos la agradable sorpresa de encontrar unas habitaciones nuevas, pulcras, con wi-fi gratuito (y nos permitió usar nuestro ordenador portátil).
Después de reponer fuerzas, vino a buscarnos la familia de la señora que iba a viajar con nosotros, invitándonos a cenar en un precioso chalet que tiene en las afueras de la población, en una agradable velada con barbacoa y mucho vodka polaco.
El día, en fin, había salido mucho mejor de lo esperado.
Y además habíamos conocido una familia –se empeñaron en que volvamos con más tiempo—con la que valdrá la pena compartir amistad.
Volviendo al hotel (en taxi, porque el vodka desaconsejaba el coche) comentamos mi esposa y yo que en los viajes siempre se halla algo positivo en el plano humano.
En este caso, unos nuevos amigos.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA (Fotos: Ayuntamiento de Radom)