THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA

THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA
La magnificencia del paisaje en The Monument Valley, la belleza del entorno, las reminiscencias de un pasado de tantos y tantos viajeros que cruzaron el Far West, protagonizando aventuras míticas entre las tribus indias y buscando un futuro mejor...Y al igual que esa ruta invita a seguir hasta más allá del horizonte, hasta el infinito, el Monument Valley, suscitando mil experiencias viajeras y recuerdos, se convierte en el icono de este blog que pretende rememorar las emociones y experiencias del conocimiento de nuevas tierras, nuevas culturas y nuevas gentes. Sin descartar que invada la nostalgia evocando vivencias personales de épocas ya pasadas pero nunca olvidadas.

jueves, 7 de febrero de 2013

Viaje a la memoria (I) Los caminos de Montejaque/Ronda, hoy y hace cincuenta años

En afectuosos salutación, recuerdo y homenaje a todos los compañeros de las compañías de instrucción 4ª y 1ª, de la 1ª Agrupación del campamento de la IPS de Montejaque-Ronda, que en el presente cumplen cincuenta años de su periplo juvenil por las experiencias del Ejército español, con especial y emocionado recuerdo a aquellos que, por habernos dejado ya, lucen su estrella de alférez de complemento junto a los luceros del firmamento rondeño; a todos los cuales sigue dirigiendo desde su Cádiz quien fue su capitán y profesor, el hoy nonagenario militar de Infantería, Don José Manuel Sánchez Gey.


"Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,

fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue; por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.
Sólo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo
este llano fue plaza, allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelas cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron 
a su gran pesadumbre se rindieron"

(De “Canción a las ruinas de Itálica”, de Rodrigo Caro)


Felizmente, el sitio denominado Campamento de Montejaque (en las faldas de la montaña que yace bajo Ronda, la histórica ciudad malagueña, y frente a la sierra de Grazalema, con tantas reminiscencias de bandoleros y personajes populares), no ha desaparecido como las ruinas de Itálica que cantaba con dolor el poeta Rodrigo Caro.

Ni el campamento se ha transformado en un campo de soledad, ni en un mustio collado, ni hay murallas yacentes, ni en el llano hubo templos antaño.

Allí donde estuvo emplazado durante muchos lustros el campamento de Milicias Universitarias, al que se enviaba cada verano alrededor de cinco mil estudiantes universitarios de los distritos de Valencia, Murcia, Granada, Sevilla, Málaga, Cádiz, Córdoba, y al principio de Madrid, luce ahora un remozado (me atrevería a decir moderno) acuartelamiento de la Legión Española, que ocupa el IV Tercio, denominado “Alejandro Farnesio”.

Y allí, a pocos metros de la estación, más bien apeadero, de La Indiana, en el que pocos trenes se detenían, excepto los militares y los de cercanías, se encuentra ahora un remozado arco de acceso y unos cuidados jardines que acompañan por los asfaltados viales hasta un cuerpo de guardia en edificio austero pero nuevo, previo a un patio de armas que admite una tribuna cubierta con unos asientos bien distribuidos, y que orna en uno de sus extremos el monolito a los Caídos; y caminando desde ese punto se accede a un puesto de mando de magnífica presencia, que luce el escudo del Tercio legionario, con las tres estrellas de ocho puntas del coronelato que constituye su mando.

No, no se trata de un campo de soledad ni es un mustio collado, sino de un bien dotado acuartelamiento, pero sí que es un emplazamiento de recuerdos y reminiscencias (en modo alguno fúnebres, como se cantaba respecto de Itálica), repletas de emociones. Es un Montejaque diferente, pero vivo.

Valga este exordio para comentar que quien esto escribe está teniendo el emocionante privilegio de, junto con su entrañable amigo Jesús, rememorar unos años de su juventud casi adolescente, los 1963-1964, en que casi cinco mil estudiantes universitarios tomaron (no demasiado militarmente) aquellas lomas, pendientes, sombras de encinas, riachuelos, cortijos y torrenteras, bajo las aguas rondeñas, para cumplir su servicio militar –bien obligatorio a la sazón— y, escapando algo de sus vivencias estudiantiles, aceptar de mejor o peor grado la entrada en el mundo militar.

Se trataba de “hacer la mili”, pero de una manera peculiar, porque en parte se era soldado, en parte se era estudiante, y en todos los casos se aspiraba a alcanzar el entonces privilegio de ser oficial del Ejército español.

Y ahora, cuando cincuenta años han transcurrido desde las vivencias intensas y apasionadas de los trimestres veraniegos (que no vacacionales) de la capacitación en Milicias Universitarias, mi buen amigo Jesús y yo mismo estamos teniendo la suerte y el placer (para nosotros honor) de cruzar caminando aquellas tierras de lo que otrora fue nuestro campamento.

Se debe ello, principalmente, a la extraordinaria conexión que nos ha supuesto el hijo de “nuestro capitán”, el laureado Coronel Don José Manuel Sánchez-Gey Venegas, que nos ha conectado primeramente con el Teniente Coronel jefe de la Plana Mayor del Acuartelamiento actual, Don José Manuel Conrado Reguero, quien nos ha acogido y honrado como compañeros (y a fe que, pese a nuestra antigüedad, bien lo somos; porque nuestra estrella luce una veteranía cincuentenaria), y nos ha introducido hasta el reciente jefe del IV Tercio, el afable y acogedor Coronel Lanchares.

Hemos tenido así la satisfacción de ser recibidos por esos mandos –auténticos caballeros y afectuosos compañeros— y recorrer a pie todos y cada uno de aquellos pedazos de tierra en los que nuestras botas marcaron el paso camino de los desfiles y de las ceremonias (portando aquellos mosquetones Mauser tan duros como insufribles), especialmente de la Jura de la bandera española, que en un señalado día de julio de 1963 tuvo lugar.

Y en ese entorno y con esas sensaciones, antes y después de cada una de nuestras visitas (que ya son varias) a lo que fue nuestro “terruño”, nuestro solar campamental, en el que las tiendas de lona han sido suplidas por pabellones perfectamente acondicionados, en ese ambiente, mi buen amigo Jesús y yo mismo, hemos evocado aquellos días de la instrucción en el orden cerrado bajo y junto a las encinas, y los ratos de asueto en las cantinas “culo en tierra”, y las clases de nuestro capitán, y los exámenes –-posaderas en duro y tablilla para apoyar folios— y todo aquello que suponía algo de fiesta para los jóvenes estudiantes que éramos, y que hoy es alegre recordación y algo de nostalgia, no de lo vivido, sino de lo pasado.

Habría que añadir que aquel “murex” de la sierra que se nos antojaba magnificente nos semeja ahora, cuando no hemos de hacer una marcha hasta él, bastante “normalito”; y que los cortijillos en derredor del campamento que fue nuestro parecen haberse esfumado; y que todo nos parece más pequeño (hasta es verdad ello respecto de la plaza de armas, que ha sido reducida), y que el conjunto nos ha sido más mínimo, pero algo más extraño, porque allí faltaban nuestras tiendas de lona circulares (las tiendas de “indios”) y allí no aparecía –había que imaginarla— la “cuesta del bicarbonato”; y ni podíamos imaginarnos la “casa de capitanes”, ni las malolientes duchas del río. ¡Oh, recuerdos! ¡Oh, nostalgia!

Pero en ese viaje a la memoria, ahora que cincuenta años nos devuelven a ella, pasar por aquella sierra, visionar Benaoján, y Montejaque, y Arriate (pueblecitos en los que tantas aventurillas juveniles tuvimos y en los que tantas “novietas” nos hicieron soñar, y en los que tantos fervores enterramos para nunca más volver), y pasear por Ronda, son inenarrables, maravillosas vivencias.

¡Eso es lo que queremos! Volver a nuestros veinteañeros tiempos, y sentirnos con aquellas vitalidades y aquellas inquietudes, y ser dirigidos soñando en nuestro mando estrellado de seis puntas que casi rozábamos con los dedos.

Pienso que lo estamos logrando, ahora que a la convocatoria de unos cuantos de nosotros, a la sombra de quien fue nuestro capitán y aún permanece para honrarnos con su presencia, estamos preparando nuestras celebraciones del cincuentenario de nuestro hermanamiento, nuestra integración, con el Ejército, y de nuestra sincera entrega a una patria que ni podíamos imaginar sería ésta que sufrimos y nos acongoja tantas veces.

Y estoy seguro que muy pronto vamos a reunirnos nosotros y los “nuestros” (esposas, hijos, nietos…) a la sombra de las encinas que tanto nos conocen, y a las órdenes tan emocionantes como las de nuestro capitán en la juventud y ahora en la senectud, para poner de manifiesto que a nuestros años (que para nuestros nietos son muchos, pero para nosotros son simplemente vida) seguimos viviendo, soñando, y especialmente “marcando el paso” de la vida, porque para nosotros no existe la orden de “alto.ar”.

Valga este primer episodio de nuestro viaje a la memoria, y que pronto reanudaremos, unos y otros, y personalmente retomaré con más y nuevas narraciones, anécdotas y vivencias de aquellos no “Fabio, ay dolor”, sino “compañeros, qué alegría” vivimos y estamos prontos a rememorar. 

"La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados."- Jean Paul (1763-1825) Escritor y humorista alemán.



SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA (Cronista que fue de las compañías en Montejaque que permiten el recuerdo de la historia vivida)