En afectuosos salutación, recuerdo y homenaje a todos los compañeros de las compañías de instrucción 4ª y 1ª, de la 1ª Agrupación del campamento de la IPS de Montejaque-Ronda, que en el presente cumplen cincuenta años de su periplo juvenil por las experiencias del Ejército español, con especial y emocionado recuerdo a aquellos que, por habernos dejado ya, lucen su estrella de alférez de complemento junto a los luceros del firmamento rondeño; a todos los cuales sigue dirigiendo desde su Cádiz quien fue su capitán y profesor, el hoy nonagenario militar de Infantería, Don José Manuel Sánchez Gey.
"Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue; por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.
Sólo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo
este llano fue plaza, allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelas cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron"
(De “Canción a las ruinas de Itálica”, de Rodrigo Caro)
…
Felizmente, el sitio denominado
Campamento de Montejaque (en las faldas de la montaña que yace bajo Ronda, la
histórica ciudad malagueña, y frente a la sierra de Grazalema, con tantas
reminiscencias de bandoleros y personajes populares), no ha desaparecido como
las ruinas de Itálica que cantaba con dolor el poeta Rodrigo Caro.
Ni el campamento se ha transformado
en un campo de soledad, ni en un mustio collado, ni hay murallas yacentes, ni
en el llano hubo templos antaño.
Allí donde estuvo emplazado
durante muchos lustros el campamento de Milicias Universitarias, al que se
enviaba cada verano alrededor de cinco mil estudiantes universitarios de los
distritos de Valencia, Murcia, Granada, Sevilla, Málaga, Cádiz, Córdoba, y al
principio de Madrid, luce ahora un remozado (me atrevería a decir moderno)
acuartelamiento de la Legión Española, que ocupa el IV Tercio, denominado “Alejandro
Farnesio”.
Y allí, a pocos metros de la
estación, más bien apeadero, de La Indiana, en el que pocos trenes se detenían,
excepto los militares y los de cercanías, se encuentra ahora un remozado arco
de acceso y unos cuidados jardines que acompañan por los asfaltados viales
hasta un cuerpo de guardia en edificio austero pero nuevo, previo a un patio de
armas que admite una tribuna cubierta con unos asientos bien distribuidos, y
que orna en uno de sus extremos el monolito a los Caídos; y caminando desde ese
punto se accede a un puesto de mando de magnífica presencia, que luce el escudo
del Tercio legionario, con las tres estrellas de ocho puntas del coronelato que
constituye su mando.
No, no se trata de un campo de
soledad ni es un mustio collado, sino de un bien dotado acuartelamiento, pero
sí que es un emplazamiento de recuerdos y reminiscencias (en modo alguno
fúnebres, como se cantaba respecto de Itálica), repletas de emociones.
Es un Montejaque diferente, pero vivo.
Valga este exordio para comentar
que quien esto escribe está teniendo el emocionante privilegio de, junto con su
entrañable amigo Jesús, rememorar unos años de su juventud casi adolescente,
los 1963-1964, en que casi cinco mil estudiantes universitarios tomaron (no
demasiado militarmente) aquellas lomas, pendientes, sombras de encinas, riachuelos,
cortijos y torrenteras, bajo las aguas rondeñas, para cumplir su servicio
militar –bien obligatorio a la sazón— y, escapando algo de sus vivencias
estudiantiles, aceptar de mejor o peor grado la entrada en el mundo militar.
Se trataba de “hacer la mili”,
pero de una manera peculiar, porque en parte se era soldado, en parte se era
estudiante, y en todos los casos se aspiraba a alcanzar el entonces privilegio
de ser oficial del Ejército español.
Y ahora, cuando cincuenta años
han transcurrido desde las vivencias intensas y apasionadas de los trimestres
veraniegos (que no vacacionales) de la capacitación en Milicias Universitarias,
mi buen amigo Jesús y yo mismo estamos teniendo la suerte y el placer (para
nosotros honor) de cruzar caminando aquellas tierras de lo que otrora fue nuestro
campamento.
Se debe ello, principalmente, a
la extraordinaria conexión que nos ha supuesto el hijo de “nuestro capitán”, el
laureado Coronel Don José Manuel Sánchez-Gey Venegas, que nos ha conectado
primeramente con el Teniente Coronel jefe de la Plana Mayor del Acuartelamiento
actual, Don José Manuel Conrado Reguero, quien nos ha acogido y honrado como
compañeros (y a fe que, pese a nuestra antigüedad, bien lo somos; porque
nuestra estrella luce una veteranía cincuentenaria), y nos ha introducido hasta
el reciente jefe del IV Tercio, el afable y acogedor Coronel Lanchares.
Hemos tenido así la satisfacción
de ser recibidos por esos mandos –auténticos caballeros y afectuosos compañeros—
y recorrer a pie todos y cada uno de aquellos pedazos de tierra en los que
nuestras botas marcaron el paso camino de los desfiles y de las ceremonias (portando aquellos mosquetones Mauser tan duros como insufribles), especialmente
de la Jura de la bandera española, que en un señalado día de julio de 1963 tuvo
lugar.



¡Eso es lo que queremos! Volver a
nuestros veinteañeros tiempos, y sentirnos con aquellas vitalidades y aquellas
inquietudes, y ser dirigidos soñando en nuestro mando estrellado de seis puntas
que casi rozábamos con los dedos.
Pienso que lo estamos logrando,
ahora que a la convocatoria de unos cuantos de nosotros, a la sombra de quien
fue nuestro capitán y aún permanece para
honrarnos con su presencia, estamos preparando nuestras celebraciones del cincuentenario
de nuestro hermanamiento, nuestra integración, con el Ejército, y de nuestra
sincera entrega a una patria que ni podíamos imaginar sería ésta que sufrimos y
nos acongoja tantas veces.
Y estoy seguro que muy pronto
vamos a reunirnos nosotros y los “nuestros” (esposas, hijos, nietos…) a la
sombra de las encinas que tanto nos conocen, y a las órdenes tan emocionantes
como las de nuestro capitán en la juventud y ahora en la senectud, para poner de
manifiesto que a nuestros años (que para nuestros nietos son muchos, pero para nosotros
son simplemente vida) seguimos viviendo, soñando, y especialmente “marcando el
paso” de la vida, porque para nosotros no existe la orden de “alto.ar”.
Valga este primer episodio de
nuestro viaje a la memoria, y que pronto reanudaremos, unos y otros, y
personalmente retomaré con más y nuevas narraciones, anécdotas y vivencias de
aquellos no “Fabio, ay dolor”, sino “compañeros, qué alegría” vivimos y estamos
prontos a rememorar.
"La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados."- Jean Paul (1763-1825) Escritor y humorista alemán.
"La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados."- Jean Paul (1763-1825) Escritor y humorista alemán.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA (Cronista
que fue de las compañías en Montejaque que permiten el recuerdo de la historia
vivida)