THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA

THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA
La magnificencia del paisaje en The Monument Valley, la belleza del entorno, las reminiscencias de un pasado de tantos y tantos viajeros que cruzaron el Far West, protagonizando aventuras míticas entre las tribus indias y buscando un futuro mejor...Y al igual que esa ruta invita a seguir hasta más allá del horizonte, hasta el infinito, el Monument Valley, suscitando mil experiencias viajeras y recuerdos, se convierte en el icono de este blog que pretende rememorar las emociones y experiencias del conocimiento de nuevas tierras, nuevas culturas y nuevas gentes. Sin descartar que invada la nostalgia evocando vivencias personales de épocas ya pasadas pero nunca olvidadas.

domingo, 8 de enero de 2017

ESTA ESPAÑA NUESTRA: LANZAROTE. UNA NAVIDAD ENTRE VOLCANES (y VII)

El último día y las últimas horas: El Jardín de Cactus, Arrecife, Puerto Rubicón, La Santa y el regreso
Burla burlando, se nos estaban agotando los días de estancia en esta singular isla volcánica, y aún nos faltaba visitar alguna que otra atracción.
Así pues, en llegando a la circunvalación de Arrecife, orientamos nuestro automóvil hacia el norte, por la LZ-1, desviándonos en Tahiche en dirección Guatiza, en cuyas proximidades está enclavado el Jardín de
Cactus, otra de las obras y diseños del inigualable César Manrique.
Había poca gente visitándolo, por lo que pudimos movernos en el Jardín con toda tranquilidad, recorriendo todas y cada una de sus escalas con detalle, para observar la enorme variedad de cactus, de todos los países y de todos los tamaños y formas , con predominio de los originarios de Méjico, Bolivia y Argentina, 
aunque con la presencia también de especies asiáticas y africanas.
Espectacular e interesantísimo.
La variedad es enorme y como el Jardín está dispuesto como en una sima u hondonada volcánica, las diferentes perspectivas resultaban subyugantes. Hubiera sido un error no visitar esta atracción, que es de las más cualificadas de Lanzarote.
Después de la visita durante un par de horas, descendimos por carretera hacia el sur, hacia la capital de Arrecife, en la que nos vimos como atrapados en las calles cercanas al mar y al puerto, estrechas, llenas de curvas y sin espacios de aparcamiento, aunque finalmente hallamos un parking de pago que nos permitió liberarnos del automóvil y pasear por las vías comerciales, con muy pocas tiendas abiertas en ese momento, llegándonos a la iglesia matriz de San Ginés, con reminiscencias de las épocas de las expediciones náuticas de la corona de Castilla, y paseando de nuevo hacia el Charco de San Ginés, en el que volvimos a la tasquita de La Bulla, en la que disfrutamos de unas tapitas que engañaron nuestro
apetito, y nos permitieron seguir hasta el castillo de San Gabriel, introducido en el mar (en medio del mucho viento de la zona), en cuya fortaleza, muy bien rehabilitada, seguimos el atractivo museo de la historia de Arrecife.
Un poco molestos por la ventosa jornada, retomamos el coche y, por San Bartolomé, nos fuimos hasta La Santa, donde, en las cercanías del puerto, observamos cómo los surfistas gozaban del oleaje en las cercanías de la Caleta de Famara, hasta que el ocaso nos advirtió de la prudencia de llegarnos hasta el alojamiento.
Era la última noche de estancia y queríamos consumir los pocos alimentos isleños que nos quedaban, y por ello los restos de choco (sepia) a la plancha con salsa "meri", y de quesos, bien regados de vino lanzaroteño, nos acompañaron hasta la hora de irnos al tálamo para introducir el sueño continuando con la lectura de días anteriores.
Al siguiente día, sin excesiva prisa en madrugar, tras el aseo personal recogimos nuestras ropas vacacionales (llevábamos una maleta y dos "carritos de equipaje), y desayunamos como siempre, diciendo adiós a la casa que nos había acogido con tanta sencillez y tranquilidad, con tanta seguridad que ni siquiera las puertas exteriores e interiores se cerraban durante el día o la noche.
¿Cómo llenar el tiempo hasta las 3 de la tarde en que debíamos personarnos en el aeropuerto?
Pues nos fuimos hacia la zona de los volcanes, en el Parque Nacional del mismo nombre, y en las proximidades del volcán Montaña Quemada aparcamos el automóvil, y mi querida esposa se fue a dar una caminata por el sendero que aparecía marcado en torno al volcán, en medio de las arenas y rocas.
Terminado ese paseo senderista optamos por volver a la zona de Playa Blanca, al sur, donde orientamos el vehículo hacia la urbanización Marina Rubicón, de
muy buen aspecto, con un puerto deportivo notable, repleta de bares y restaurantes, de apartamentos, y con mucho turista extranjero. Un paseo bordeando el puerto resultó gratificante.
Pasado el mediodía, como había que hacer alguna pequeña colación (ya que a nuestro destino final de Valencia solamente arribaríamos por la noche), optamos por volver a Tinajo, atravesando el parque Nacional del volcán Timanfaya, a modo de despedida, y nos llegamos a La Santa, donde en un barete de
tapas (denominado "El Quemao")comimos un delicioso pulpo del mar local a la brasa, unos pescados y unas cervezas.
Era ya el tiempo de dirigirse al aeropuerto, y por la LZ-20, cruzando Tao y San Bartolomé, llegamos al aeródromo, en el que no nos fue difícil aparcar el coche de alquiler que devolvíamos en los espacios de la locataria (Cabrera Medina, firma bien organizada y cumplidora), con trámites de entrega cómodos y sin demoras.
Faltaban las últimas gestiones para facturar el equipaje (maleta) previamente pagado, y esperamos a que Ryanair abriese el vuelo, y hubimos de soportar el incómodo de que se nos obligase a vaciar la maleta en 3 kilos de equipaje, que pudimos reducir agregándolos a los carritos de mano, no sin comentar la paradoja que supone que en los troleys se pueda llevar hasta 10 kg. y en la maleta facturada solamente 15 kilos.
El embarque y trámites de salida fueron relativamente cómodos, aunque el avión iba bastante lleno, pero el vuelo fue tranquilo, y las dos horas y pico de trayecto fueron sin incidencias hasta nuestro destino de Valencia, donde ya nos esperaba nuestra hija pequeña con su pareja, que nos llevaron hasta casa, en la que improvisamos un piscolabis mientras contábamos las experiencias y excelencias de esa que había sido nuestra "Navidad entre volcanes".
Si todo lo escrito al respecto en estas siete crónicas es de agrado y utilidad de otros viajeros como nosotros, les instamos a que experimenten el placer de conocer esa isla mágica y diferente del precioso archipiélago canario.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

jueves, 5 de enero de 2017

Esta España nuestra: Lanzarote, una Navidad entre volcanes (VI)


Una Nochebuena y Navidad sosegadas y en paisajes insospechados; De la búsqueda del cocido canario al plato de Sancocho, con paseos por senderos volcánicos

Llegada la Nochebuena, como antesala de la Navidad, ahí estábamos mi esposa y yo mismo, en parejita, sin más compromiso de celebración que el de estar juntos en esos días especiales.
Los hijos, en la península y en el extranjero y ya de edad supermadura; los nietos, también lejos y la algunos de ellos ya adultos.
¿Íbamos a sumarnos a alguna organización de eventos especial? ¿O a reunirnos con algunas gentes?
La verdad es que si habíamos viajado hasta Lanzarote en busca de descanso activo, no hallábamos especial motivo para reunirnos con gentes desconocidas en estas fechas. Inclusive nuestra anfitriona se había marchado la península con sus hijos.
Así que, sin demasiadas cavilaciones, nos felicitamos de estar en la mejor
compañía posible: la del otro cónyuge. Y decidimos organizar nuestra cena de Nochebuena en la casa en la que residíamos.
Otra cosa era la comida del día de Navidad, pues nos apetecía degustar un cocido canario, en algún ingrediente diferente de los de la península.
Así, el día 24 de Diciembre, tras el habitual desayuno de tostadas, mermelada y queso de la isla, con un buen café con leche, emprendimos en nuestro coche la marcha por el Parque Natural de los Volcanes, y a poco de sobrepasar Mancha Blanca nos apeteció dar un buen paseo por uno de los senderos volcánicos que se ofrecían a nuestro paso, concretamente frente a la Montaña del Cortijo. Y en el aparcamiento dispuesto junto a la carretera, en el que ya había más automóviles estacionados, dejamos nuestro vehículo y nos dispusimos a seguir una ruta sobre ceniza volcánica que estaba marcada en su inicio por unas rocas de volcán, y que seguía más gente.
La ruta no ofrecía ninguna especial dificultad, si se exceptúa el viento de cierta intensidad que batía la zona. El recorrido era seductor por lo insólito, ya que era caminar por la nada, sin un solo árbol ni cerca ni lejos y solamente algunos líquenes en matojo. La “no vida”, en fin.
Terminado el periplo, no duro, seguimos por la carretera hasta La Geria, admirando nuevamente los viñedos protegidos por los muretes, y llegando hasta Uga, población en la que se nos había informado que había un restaurante acreditado que ofrecía cocido canario, que ya he dicho es lo que nos apetecía comer el día de Navidad.
En llegando a Uga, y tras buscar ese restaurante, que había cambiado su denominación en fecha reciente, nos llevamos la decepción de que anunciaba un aviso en su puerta que estaría cerrado los días 24 y 25. ¡Adiós, cocido canario! Excepto que lo halláramos en algún otro establecimiento.
Tras ello seguimos hacia el norte, en dirección a la villa de Teguise, antigua capital dela isla,   la que se nos ofreció una bonita zona antigua, muy cuidada, con calles empedradas y casas de abolengo, además de tiendas de artesanía lanzaroteña.
Paseamos un buen rato, gozando del sol venteado que imperaba, y nos
marchamos hacia otro lugar, aunque al pasar por Tao volvimos al restaurante del Tele-Club, en el que comprobamos que las posibilidades del cocido canario se nos esfumaban…
Para seguir ocupando el día, por Tinajo nos dirigimos a La Santa, en cuyas cercanías visitamos el Club de Spa y Surfing de La Santa, y seguimos por carreteritas junto al mar hasta Sóo, una villita cercana a Muñique en la que visitamos la tahona de Aurelia, una surtidísima tienda de alimentación, al estilo de pueblo, en la que destacaba el queso lanzaroteño, de fabricación propia, y que adquirimos junto con pan, para llevárnoslo a la península.
Estabamos a pocos kilómetros de nuestro alojamiento y allí nos dirigimos para preparar la cenita de Nochebuena, en la que hubo un buen aperitivo de pulpo a la gallega, queso lanzaroteño, y un plato principal a base del delicioso atún comprado al pescadero de Tinajo, que a la plancha se ofreció como un gran manjar. Y todo ello regado con un vino blanco semi-afrutado de la variedad de uva Malvasía, dela Geria.
Unos trocitos de turrón, de postre, y una charla amena nos llevaron a sentir los primeros picorcillos del sueño (aquellos que en nuestra infancia se decían de “la abuelita de la arena”), de manera que nuestra Nochebuena acabó en “noche mejor” leyendo el a camita la novela que estaba a medias.
Como el día de Navidad no teníamos quién ni qué nos despertara, lo hicimos más bien tardecito (si se atiende a la hora peninsular), para, bien desayunados, buscar una nueva caminata por sendero volcánico, cerca de la Montaña Caldereta, en la que mi esposa denotó su espectacular buen estado de forma, yéndose a caminar en solitario por aquellos lugares desiertos, entre arenas y rocas volcánicas.
Decidimos dirigirnos a lugares aún no visitados en este viaje, y acabamos en Playa del Carmen, lugar tan superturístico, tan poblado por enjambres de apartamentos y casas, tan urbanizado, con muchos hoteles, que solamente nos apeteció pasear por una especie de paseo que sobre las rocas contornea el mar.
Todo estaba lleno de turistas, la mayoría extranjeros, que a la una de la tarde ya estaban degustando su lunch, en algunos casos con buenas sangrías y vinos y con sombreros y atavíos propios de las celebraciones navideñas en otros países. Poco interesante y nada atractivo para nosotros, que buscábamos sosiego y pocas masas.
Por lo que abandonamos Puerto del Carmen y nos dirigimos a Arrecife, la capitalita de la isla, en la que paseamos en torno a El Charco de San Ginés, y hallamos allí una tasquita llamada “La Bulla”, que ofrecía unos singulares minibocadillos de chopitos, que acompañamos de unos ahumados de salmón y unas cervezas, buen aperitivo para marcharnos (casi sentíamos alergia a la ciudad, por ser ciudad) hasta Tao, en cuyo Tele Club (restaurante) degustamos un Sancocho lanzaroteño –con pescado, batata y patata) y una Vieja, delicioso pescado canario que ofrece auténtico placer al paladar.
Nos apetecía volver a zona playera y nos volvimos a Sóo, llegándonos hasta la Caleta de Famara, en la que paseamos algo, ya que el viento comenzaba a importunar bastante.
Y como la tarde fenecía, hicimos lo mejor, que fue regresar a nuestro “cuartel general”, donde aprovechaos el atún que habíamos reservado el día anterior para cocinarlo encebollado y acabar así un día de Navidad sin demasiados hechos notables, aunque lo verdaderamente significado es que habíamos gozado en pareja de un día sosegado y lleno de atractivos naturales.
El descanso nocturno fue, como siempre, estupendo.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

miércoles, 4 de enero de 2017

Esta España nuestra: Lanzarote, una Navidad entre volcanes (V)



Recorriendo la obra de César Manrique: Los Jameos del Agua, la Cueva de los Verdes, el Mirador del Río; y descubriendo peculiares restaurantes, como los Tele-Clubes de Lanzarote

El cuarto día de estancia en la isla exigía sumergirse en el conocimiento de la obra diseñadora, arquitectónica y conservadora del genial lanzaroteño César Manrique (invito a seguir su biografía en Internet).
Porque decir Lanzarote es decir César Manrique y viceversa.
Decidimos efectuar la primera visita a los Jameos del Agua, en le zona nordeste de la isla, a cuyo fin nos desplazamos por la Lz-20 hasta las cercanías de Arrecife (la capital) y en la circunvalación tomamos la autovía Lz-10 que sigue hasta Tahiche y
prospera hacia el norte llegando hasta Arrieta, para desviar por la Lz-1 en dirección a Órzola, y sobrepasada Punta Mujeres se llega a los Jameos del Agua.
Esta atracción (por llamarla de alguna manera, ya que es una obra colosal) es algo sorprendente, porque se ha aprovechado unas oquedades volcánicas en las que había unos lagos para construir una estructura adaptada al interior del volcán, con jardines de cactus, iluminaciones que producen contrastes bellísimos, y hasta dotar de servicios de restauración.
Hay tres lagos a diferentes niveles (junto al segundo un gran auditorio) y el visitante se siente en el mundo casi irreal del interior del volcán o de la estructura volcánica, con esas rocas de lava, esos materiales que parecen repelar cualquier forma de vida, mientras en el primero de los lagos se aprecian los diminutos cangrejos blancos —ciegos, porque vivían en la oscuridad—y sobre cuya aguas se refleja  los arcos del techo de la cueva.
Después de sobrepasar el segundo espacio acuático, cuando se alcanza el tercero, se comprueba que se ha accedido a nivel de superficie, pero el lago está al aire libre, rodeado, como todo, por bellas plantas de cactus.
Al salir al exterior se tiene la sensación de haber estado en un mundo irreal pero
muy bello.
El segundo atractivo es la llamada “Cueva de los Verdes” (según se nos explicó debe su denominación a que ese adjetivo era el apellido de los propietarios), cuya espelunca se utilizó en tiempos pasados para que las poblaciones cercanas se refugiaran de las invasiones piratas provenientes de África.
La cueva constituye una especie de tubo (del que era continuidad el actual Jameos del Agua), por el que evacuaban al cercano mar, primero las lavas, y luego las aguas del volcán de la Corona, del que forma parte.
La cueva se ha iluminado convenientemente y se han habilitado escalera y pasadizos (a veces de acceso dificultoso y poca altura) que permiten contemplar figuras sugestivas y especialmente sentirse en el interior de un volcán, en el que la vida parece estar ausente. Con un guía bilingüe, atento y versado en la materia.
Esta cueva es aparentemente menos atractiva pero debe ser visitada.
Y tras sumergirnos en las profundidades del volcán, respirando ya en la superficie el oxigenado aire lanzaroteño, por las carreteras Lz-201 y 203 llegamos al Mirador del Río, situado en la punta más al norte de la isla, frente a Isla Graciosa, de la que el risco de casi quinientos metros de altura queda separado por un canal (“el río”).
En esa punta César Manrique ideó, atravesando la montaña, una amplia sala en la que hay instalada una ca
fetería y en su exterior un amplio mirador que permite vislumbrar las tres islas situadas en la cercanía, especialmente Isla Graciosa, con sus poblaciones de pescadores y pequeños puertecillos. No puede olvidarse la enorme riqueza piscícola de la zona.
A la izquierda del mirador, toda la zona montañosa situada sobre la Caleta de Tamara, que es la más alta de Lanzarote, rondando los setecientos metros, y que es otra preciosa vista.
Tuvimos la mala suerte de que el día estaba absorbido por la calima africana y el viento era fresco y desagradable, lo que limitó nuestro paseo y nos indujo a retirarnos y a surcar la montaña hasta Haría, y descender con bonitas perspectivas hasta Arrieta, típica localidad costera junto a la de Punta de Mujeres, que ofrecen otros bellos panoramas, aunque lo grisáceo del día no invitaba a demasiadas actividades al aire libre.

Así que optamos por curiosear sobre otro de los atractivos que se nos habían anunciado, y era la restauración casera que se daba en los llamados “Tele-Clubes”, que no eran sino las Casas de la Cultura que en la mayoría de poblaciones existían, reminiscencia de aquellos “tele-Clubes” que antes de los años setenta se establecieron por toda España, en torno a un televisor, y que congregaba a los pobladores para “ver la tele”.
Nos dirigimos a Tao, población en el centro de la isla, entre Mozaga y Tiagua, pues nuestra anfitriona de la casa en que morábamos nos había recomendado las excelencias del establecimiento.
Y a fe que fue cierto, pues hallamos una amplia sala-restaurante, con una barra de bar bien dispuesta, y se nos dio pronto acomodo por quien parecía regentar el sitio, recitándonos una amplísima lista de platos que integraban el menú.
Nos inclinamos por elegir unas sopas de marisco y pescado, que estaban deliciosas, pedir cabrito frito de Lanzarote (una enorme bandeja con unas sabrosas carnes) y pescado a la plancha, que resultó ser un bocinegro delicioso. Una mousse de gofio cerró la magnífica comida, cuyo precio, inferior a 12 Euros por persona (bebidas incluidas) nos llamó tanto la atención que decidimos repetir.
No nos olvidábamos que el siguiente día era Nochebuena, y decidimos celebrarla en parejita en  nuestra casa, mas para ello nos proveímos en el supermercado de Tinajo de buenos vinos de Lanzarote, y especialmente compramos un espectacular trozo de atún (que se nos dijo abundaba en la isla de La Palma) y hasta un choco (sepia) fresquísimo.
Antes de irnos para casa, aún nos acercamos hasta La Santa, población cercana a Tinajo y Muñique, cuyas pocas calles en torno a blancas casas recorrimos, llegándonos hasta el diminuto puerto, en el que dos o trs barcas de pesca denotaban que ese era uno de los puntos de entrada del pescado que disfrutábamos.
Se agotaba el día, por lo que retornamos a la casa de nuestros sosiegos, en la que charlamos un rato con la propietaria (que el día siguiente partía de viaje a la península con sus hijos, un chavalín de 10 años y una niñita espabiladísima de 5 años) y más tarde con una pariente suya, que nos completó informaciones sobre la zona.
En fin, otro día lanzaroteño lleno de atractivos, de belleza y de nuevas sensaciones.
Estábamos en la isla solamente cuatro días y nos parecía que ya éramos como moradores asiduos de ella, los llamados “conejeros”.
Y esp que no se nos había explicado del todo el motivo y el origen del apelativo...
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

martes, 3 de enero de 2017

Esta España nuestra: Lanzarote, una Navidad entre volcanes (IV)

Una celebración, degustación de pescado y visita a Playa Blanca, bodegas en Uga y al palmeral y mirador de Haría
El tercer día de nuestra estancia en Lanzarote (cuarto si se cuenta el de la llegada, al filo de la medianoche) estuvo marcado por el acontecimiento especial de la celebración del cumpleaños de mi esposa.
Todos los años hemos tenido una especial celebración, pero en esta ocasión lejos de nuestro domicilio y “solitos en pareja”, decidimos aprovechar el día.
Como una vez más el sol brillaba esplendoroso y la temperatura era benigna (21 grados a mediodía, y por la noche había sido de 17º), decidimos dirigirnos hacia el sur de Lanzarote, por el Parque Natural de los Volcanes, pasando por Uga y Yaiza, para situarnos en Playa Blanca, el complejo turístico más al sur (frente a Fuerteventura),  que ha alcanzado unas dimensiones excesivas, con cientos de urbanizaciones, multitud de hoteles y miles de casas tipo chalet lanzaroteño.
Paseamos largamente junto al mar, para dirigirnos después hacia el noroeste, a El Charco, y concretamente al restaurante “La Lapa”, en el que la tarde anterior habíamos degustado unas deliciosas lapas, en cuyo establecimiento proyectábamos comer.
Se nos atendió con la solicitud de siempre y de la sugestiva carta escogimos unos buenos entrantes, de los que destacó  la morena ( una especie de serpiente de mar cuya piel queda crujiente al ser frita) y una selección de pescados de la isla, sirviéndosenos pejerrey, sama, cherne y bocinegro, tan frescos como deliciosos, que regamos con un buen vino blanco local, de La Geria.

Después del buen condumio, rematado con un delicioso mousse de gofio, en el que, claro está, brindamos por la salud y felicidad de la cumpleañera, reposamos un rato junto a la playa, encima de las rocas contra las que rompía el mar, y a continuación paramos en las bodegas de Uga, en una de las cuales entramos para conocer su presentación, aunque evitamos degustar el vino, ya que nos quedaban kilómetros por recorrer, y seguimos hacia el norte, por las LZ-30 y LZ-10, hasta alcanzar la localidad de Haría, situada en un bello enclave, con un Mirador que permite divisar una zona repleta de palmeras (cosa rara en una isla con tan poca vegetación arbórea), desde cuyo mirador nos deleitamos observando las islas del Norte, especialmente La Graciosa, y visionando la costa este, con las poblaciones de Arrieta y Playa Mujeres, y al oeste la zona de Las Bajas y Punta de Penedo, en las proximidades de La Caleta de Famara, a cuya playa finalmente fuimos para comprobar que abunda en arena normal y es lugar privilegiado para la práctica del surfismo.

De regreso a nuestro “hogar” de Muñique, pese al poco apetito, aún degustamos algo del pulpo a la gallega y no tardamos en buscar el descanso, porque el día había sido largo y repleto de vivencias.
Leer en la cama un buen rato fue la mejor antesala al sueño reparador que nos invadió para acabar la jornada.

SA SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

lunes, 2 de enero de 2017

Esta España nuestra: Lanzarote, una Navidad entre volcanes (III)


Viaje en dromedario y periplo por el interior del volcán Timanfaya
Después de haber vislumbrado, pasando por la carretera LZ-67 que transcurre por sus cercanías, la cumbre del volcán Timanfaya y todos los cráteres que se hallan en su derredor, era obligado dedicar una amplia visita a la atracción, que comenzamos al norte de Uga, en la zona denominada “de los camellos”, en la que constituye una atracción turística un viaje por la montaña a lomos de un dromedario (porque el camello tiene dos gibas, y el dromedario solamente una). En un amplio aparcamiento se hallan las originales instalaciones de la Oficina de Turismo, pues están soterradas e iluminadas, al estilo de César Manrique, por unos lucernarios que constituyen el piso de una zona volcánica.
Allí, en un amplio espacio para vehículos, muy concurrido por coches privados y autobuses de recorridos turísticos, hay algo así como un centenar de “camellos”, de los que la mitad yacen sentados sobre sus patas traseras y la otra mitad, en grupos de diez o doce, recorren con andar cansino las lomas cercanas, en un trayecto cercano al kilómetro.
Los visitantes han de pagar seis euros por persona y al cabo de un rato de espera hay que sentarse sobre la especie de sillas que ofrecen un asiento a cada uno de los lados de la joroba, tras lo cual el sirviente (generalmente de etnia marroquí o sahariana) levanta el animal y le lanza unos gritos ininteligibles para que se ponga en marcha, lo que hace que el animal cabeza de hilera se mueva arrastrando a los que le siguen (enlazados por unas cintas o cadenas). Los dromedarios llevan controlado su morrro por una especie de bozal de tela parecida a la metálica, y algunos en la boca presentan una especie de paño cubriéndola, según se nos dijo, para evitar que escupan y muerdan.
El recorrido a bordo de los animales es interesante para quien no haya montado estos animales, pues la marcha va moviendo de un lado a otro el asiento, y el viajero se siente traqueteado en su columna y especialmente en sus riñones, aunque todo lo compensa la subida que se hace de varias lomas y el espectacular panorama que se vislumbra tanto al subir como al descender. Interesante.
Después de esta primera experiencia “a la africana”, lo oportuno –y eso es lo que hicimos— fue retornar a la carretera y llegar hasta el punto de entrada a la “Montaña de Fuego de Timanfaya”, que así se llama la zona visitable de este volcán, el más renombrado, cuya última erupción fue allá por el año 1820.
Un bien cuidado y vigilado acceso conduce hasta el llamado “Islote de Hilario”, que es una especie de montaña dentro del cráter, en la que hay amplios aparcamientos, y que ofrece un restaurante panorámico (las críticas de sus productos no son demasiado buenas), pero especialmente el atractivo por una especie de brocal de pozo, que emana calor volcánico, y en el que se sitúan parrillas con carne, para que el fuego del fondo vaya cociendo o asándola. Muy turístico.
En las afueras hay como unos tubos u oquedades que emanan humo, y en las que un empleado echa agua, que sale disparada como si de un geiser se tratara. Hay que pensar que no hay truco, porque se percibe el calor de la tierra, aunque todo sería posible.
Pero lo más atractivo es el viaje que se brinda (incluido en la entrada) en un autobús que sale de allí mismo y recorre todo el interior del volcán y sus distintos
cráteres, y que permite quedar absorto e impresionado por tanta naturaleza muerta, tantas rocas destrozadas y apelotonadas por el tremendo calor, tantas vertientes de lava y tantas arenas expulsadas por el volcán.
El ómnibus se detiene cada corto trecho y se facilita información en tres idiomas sobre el paraje que se contempla.
Es ciertamente impresionante (espeluznante a veces) comprobar cómo la “no vida” es el panorama dominante.
Hay quien ha dicho que el paisaje es lunar. Yo diría que es más: Es un paisaje de la ausencia de vida, de la muerte desde el fuego. De las entrañas de la tierra vomitadas hacia el cielo.
Transcurrida la visita al Timanfaya, era tiempo de prodigarse por otros lugares, y nos dirigimos hacia el sur,, sobrepasando Yaiza para acercarnos a las salinas de Janubio, que ofrecen un bonito panorama, con el sol refulgiendo sobre las aguas y la sal; y llegar a Los Hervideros, zona abrupta de rocas, entre las que rompe el mar y produce una especie de espuma blanca en ebullición. La zona está muy bien acondicionada, con senderos asfaltados que se introducen entre las distintas oquedades y que permiten visionar muy diferentes aspectos de la “ebullición” de las aguas marinas.
Desde ahí queda a tiro de piedra la playa de El Charco, con alguna zona de arena, que brinda multitud de restaurantes, algunos interesantes, como, por ejemplo, “La Lapa”, en primera línea, que ofrece además de deliciosos pescados y frutos de mar, unas lapas de la zona que se sirven con una especie de mojo y que resultan exquisitas. Tanto nos gustó que nos conjuramos volver el día siguiente para comer allí.
Al regresar de la zona volcánica, atravesándola una ves más, nos volvimos a felicitar por la belleza del paisaje que estábamos gozando, Único.
Al volver a nuestra estancia de Muñique, aun elaboramos un precioso pulpo de tres kilogramos de peso (de la zona), que previamente habíamos congelado, por aquello de potenciar su mejor cocción, y con cuya cabeza o bolsa preparamos un arroz de pulpo que degustamos con placer, más con los trentáculos un pulpo “a feira” (a la gallega) en el que nos acompañó nuestra anfitriona.
El día había resultado completamente “lanzaroteño”: Camellos, volcanes, pescados, panorama, descanso.
Vida en tiempos de Navidad.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA