THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA

THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA
La magnificencia del paisaje en The Monument Valley, la belleza del entorno, las reminiscencias de un pasado de tantos y tantos viajeros que cruzaron el Far West, protagonizando aventuras míticas entre las tribus indias y buscando un futuro mejor...Y al igual que esa ruta invita a seguir hasta más allá del horizonte, hasta el infinito, el Monument Valley, suscitando mil experiencias viajeras y recuerdos, se convierte en el icono de este blog que pretende rememorar las emociones y experiencias del conocimiento de nuevas tierras, nuevas culturas y nuevas gentes. Sin descartar que invada la nostalgia evocando vivencias personales de épocas ya pasadas pero nunca olvidadas.

lunes, 2 de enero de 2017

Esta España nuestra: Lanzarote, una Navidad entre volcanes (III)


Viaje en dromedario y periplo por el interior del volcán Timanfaya
Después de haber vislumbrado, pasando por la carretera LZ-67 que transcurre por sus cercanías, la cumbre del volcán Timanfaya y todos los cráteres que se hallan en su derredor, era obligado dedicar una amplia visita a la atracción, que comenzamos al norte de Uga, en la zona denominada “de los camellos”, en la que constituye una atracción turística un viaje por la montaña a lomos de un dromedario (porque el camello tiene dos gibas, y el dromedario solamente una). En un amplio aparcamiento se hallan las originales instalaciones de la Oficina de Turismo, pues están soterradas e iluminadas, al estilo de César Manrique, por unos lucernarios que constituyen el piso de una zona volcánica.
Allí, en un amplio espacio para vehículos, muy concurrido por coches privados y autobuses de recorridos turísticos, hay algo así como un centenar de “camellos”, de los que la mitad yacen sentados sobre sus patas traseras y la otra mitad, en grupos de diez o doce, recorren con andar cansino las lomas cercanas, en un trayecto cercano al kilómetro.
Los visitantes han de pagar seis euros por persona y al cabo de un rato de espera hay que sentarse sobre la especie de sillas que ofrecen un asiento a cada uno de los lados de la joroba, tras lo cual el sirviente (generalmente de etnia marroquí o sahariana) levanta el animal y le lanza unos gritos ininteligibles para que se ponga en marcha, lo que hace que el animal cabeza de hilera se mueva arrastrando a los que le siguen (enlazados por unas cintas o cadenas). Los dromedarios llevan controlado su morrro por una especie de bozal de tela parecida a la metálica, y algunos en la boca presentan una especie de paño cubriéndola, según se nos dijo, para evitar que escupan y muerdan.
El recorrido a bordo de los animales es interesante para quien no haya montado estos animales, pues la marcha va moviendo de un lado a otro el asiento, y el viajero se siente traqueteado en su columna y especialmente en sus riñones, aunque todo lo compensa la subida que se hace de varias lomas y el espectacular panorama que se vislumbra tanto al subir como al descender. Interesante.
Después de esta primera experiencia “a la africana”, lo oportuno –y eso es lo que hicimos— fue retornar a la carretera y llegar hasta el punto de entrada a la “Montaña de Fuego de Timanfaya”, que así se llama la zona visitable de este volcán, el más renombrado, cuya última erupción fue allá por el año 1820.
Un bien cuidado y vigilado acceso conduce hasta el llamado “Islote de Hilario”, que es una especie de montaña dentro del cráter, en la que hay amplios aparcamientos, y que ofrece un restaurante panorámico (las críticas de sus productos no son demasiado buenas), pero especialmente el atractivo por una especie de brocal de pozo, que emana calor volcánico, y en el que se sitúan parrillas con carne, para que el fuego del fondo vaya cociendo o asándola. Muy turístico.
En las afueras hay como unos tubos u oquedades que emanan humo, y en las que un empleado echa agua, que sale disparada como si de un geiser se tratara. Hay que pensar que no hay truco, porque se percibe el calor de la tierra, aunque todo sería posible.
Pero lo más atractivo es el viaje que se brinda (incluido en la entrada) en un autobús que sale de allí mismo y recorre todo el interior del volcán y sus distintos
cráteres, y que permite quedar absorto e impresionado por tanta naturaleza muerta, tantas rocas destrozadas y apelotonadas por el tremendo calor, tantas vertientes de lava y tantas arenas expulsadas por el volcán.
El ómnibus se detiene cada corto trecho y se facilita información en tres idiomas sobre el paraje que se contempla.
Es ciertamente impresionante (espeluznante a veces) comprobar cómo la “no vida” es el panorama dominante.
Hay quien ha dicho que el paisaje es lunar. Yo diría que es más: Es un paisaje de la ausencia de vida, de la muerte desde el fuego. De las entrañas de la tierra vomitadas hacia el cielo.
Transcurrida la visita al Timanfaya, era tiempo de prodigarse por otros lugares, y nos dirigimos hacia el sur,, sobrepasando Yaiza para acercarnos a las salinas de Janubio, que ofrecen un bonito panorama, con el sol refulgiendo sobre las aguas y la sal; y llegar a Los Hervideros, zona abrupta de rocas, entre las que rompe el mar y produce una especie de espuma blanca en ebullición. La zona está muy bien acondicionada, con senderos asfaltados que se introducen entre las distintas oquedades y que permiten visionar muy diferentes aspectos de la “ebullición” de las aguas marinas.
Desde ahí queda a tiro de piedra la playa de El Charco, con alguna zona de arena, que brinda multitud de restaurantes, algunos interesantes, como, por ejemplo, “La Lapa”, en primera línea, que ofrece además de deliciosos pescados y frutos de mar, unas lapas de la zona que se sirven con una especie de mojo y que resultan exquisitas. Tanto nos gustó que nos conjuramos volver el día siguiente para comer allí.
Al regresar de la zona volcánica, atravesándola una ves más, nos volvimos a felicitar por la belleza del paisaje que estábamos gozando, Único.
Al volver a nuestra estancia de Muñique, aun elaboramos un precioso pulpo de tres kilogramos de peso (de la zona), que previamente habíamos congelado, por aquello de potenciar su mejor cocción, y con cuya cabeza o bolsa preparamos un arroz de pulpo que degustamos con placer, más con los trentáculos un pulpo “a feira” (a la gallega) en el que nos acompañó nuestra anfitriona.
El día había resultado completamente “lanzaroteño”: Camellos, volcanes, pescados, panorama, descanso.
Vida en tiempos de Navidad.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA