THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA

THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA
La magnificencia del paisaje en The Monument Valley, la belleza del entorno, las reminiscencias de un pasado de tantos y tantos viajeros que cruzaron el Far West, protagonizando aventuras míticas entre las tribus indias y buscando un futuro mejor...Y al igual que esa ruta invita a seguir hasta más allá del horizonte, hasta el infinito, el Monument Valley, suscitando mil experiencias viajeras y recuerdos, se convierte en el icono de este blog que pretende rememorar las emociones y experiencias del conocimiento de nuevas tierras, nuevas culturas y nuevas gentes. Sin descartar que invada la nostalgia evocando vivencias personales de épocas ya pasadas pero nunca olvidadas.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Esta España nuestra: Lanzarote, una Navidad entre volcanes (II)


Aprovisionamientos y toma de contacto  
Después de descansar en el sosegado ambiente de la casa de Muñique, en la que solamente el murmullo del viento se dejaba oír, y comprobando que, por la diferencia horaria con la península, ya eran las 8’30 de la mañana, hubimos de aprestarnos a buscar solución para nuestro desayuno, ya que la noche anterior al final no habíamos logrado cenar, por los retrasos y deambulación en busca del alojamiento.
Se nos había indicado por la anfitriona que tal vez pudiéramos hallar café con leche y alguna pasta en una gasolinera a 4 km., en la localidad de Tiagua, y hacia allí nos dirigimos, pero la cafetería anexa  a las bombas estaba cerrada y el empleado nos indicó que si seguíamos hacia Tinajo encontraríamos no solamente algún bar-cafetería y pastelería, sino inclusive un supermercado bastante surtido y una buena pescadería.



Y así fue, porque en Tinajo nos adentramos en una pastelería que ofrecía unos bocadillos de magnífico aspecto, con jamón, tomate y otros fiambres de la isla, más queso de la isla (delicioso), a un precio más que razonable, y de dos de ellos dimos buena cuenta, regándolos con sendas cervezas “Tropical”, que es la marca canaria por excelencia, a lo que agregamos unos pastelitos deliciosos y unos cafés con leche.
Restablecido mínimamente el equilibrio alimenticio, en la misma calle (carretera a su vez), vislumbramos una pescadería, en la que entramos por curiosidad y hallamos un precioso surtido de pescados de varias clases, chernes, viejas y otras especies locales, como el bocinegro, por lo que decidimos comprar un buen ejemplar de éste, que nos adecuó con maestría el pescadero para preparar a la espalda.
Nos anunció el vendedor que todos los días tenía pescado fresco, que él mismo recogía en el cercano puertecito de La Santa (a unos 6 km.), y ello nos ilusionó para retornar a buscar nuevas especialidades de pescados.
Por lo demás, había cerca un supermercado de una conocida cadena canaria, y en él pudimos adquirir pan y otros elementos mínimamente necesarios, incluyendo un
vino blanco de la zona de La Geria, en la misma isla, que ya sabíamos era de buena calidad.
Sin embargo, queríamos comenzar a adentrarnos en más espacios de las islas, y por ello fuimos  hasta la población de Tías, en las cercanías de Puerto del Carmen (zona muy turística), al sur-este de la isla, y allí hallamos de todo: pequeñas patatas aptas para preparar las famosas “papas arrugadas con mojo”; mojos verde y picón, frutas, vino tinto de la propia isla, algunas verduras y tomates canarios (deliciosos). Un buen surtido para varios días.
De esta guisa ya pudimos sentirnos pertrechados lo suficiente para iniciar nuestros periplos lanzaroteños.
Y los iniciamos siguiendo la carreterita local (muy bien asfaltada), que desde Tiagua pasa por La Vegueta y llega a Mancha Blanca, bordeando la ermita de la Virgen de los Dolores (patrona de Lanzarote), y desde allí nos adentramos en el llamado “Parque Natural de los Volcanes”, por la vía que contornea la Montaña del Cortijo y se adentra en una gran superficie en la que
sobresalen, sobre las rocas de lava negra y la arena del mismo color, multitud de montañas que en su día fueron cráteres de esos volcanes.
El paisaje es impresionante, a la vez que desolador, porque hasta el horizonte y en derredor no se vislumbra ni un solo árbol y apenas plantas, solamente unos matojos de líquenes de escaso verde.
La zona es enormemente atractiva, y en ella se ha dispuesto a ambos lados de la carretera de espacios para el aparcamiento de vehículos, de los que parten unos senderos y rutas muy frecuentados, casi tanto como los que las bicicletas recorren la isla de cabo a rabo.
Decidimos volver a la zona para experimentar las sensaciones del senderismo sobre el magma solidificado y “oír” el silencio, pero cuando enlazamos con la carretera principal LZ-30, ya percibimos que nos hallábamos en la zona de los viñedos, de los famosos viñedos de La Geria, que producen vilos muy apreciados por su calidad natural, la mayoría de cepas de la variedad Malvasía, con tendencia a producir fruto bastante abocado, y cuyos viñedos ofrecen la pintoresca apariencia de estar como sumidos cada uno de ellos en una hondonada, que protege un murete de piedras de origen volcánico, se nos dijo que para preservar del viento habitual en la isla.
En estos parajes aparecen bastantes bodegas, que cuentan con espacios para degustación, venta que quesos y productos lanzaroteños, a la par que ilustran
sobre aspectos turísticos de la isla.
Llegamos a la bonita población de Uga, antesala de las planicies del sur, para alcanzar Yaiza, una bella localidad con sus casas blancas (en todo Lanzarote lo son), visitando la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios –- con recuerdos de la época colonial del reino de Castilla—y un espectacular montículo cercano, artificial, que reproducía con meticulosidad los aledaños de la localidad, en cuyo interior, en una cueva, se había montado un belén.
La temperatura era agradable, primaveral, unos 22 grados, e invitaba a seguir visitando lugares, y nos hicimos el ánimo de llegar a Playa Blanca, el punto más al sur de la isla, en la que visitamos la Punta Pechiguero y Punta Limones, deteniéndonos en el puerto, desde donde parte una pasarela paralela a la costa (casi toda rocosa, solamente una playa de arena y pequeña, bordeada de hoteles con vistosos jardines de cactus, en cuyas terrazas piscineras se tostaba al sol una buena cantidad de turistas de etnia claramente extranjera, con piel y rostros enrojecidos.
Al regresar al puerto de Playa Blanca, desde el que parten los ferrys que comunican esta isla con Corralejo (en la de Fuerteventura), es escasos treinta minutos.
En la oficina de turismo adquirimos un bono especial oara visitas a monumentos y lugares especiales de la isla, cuyo importe de 30 Euros por persona resultaba ventajoso, pues permitían en acceso a seis puntos, cuando el precio unitario para cada uno era de seis euros.
El buen solecito y la brisa nos indujeron a pasear un rato más, y emprendimos el regresos a “nuestros lares” en Muñique, estavez por la llamada “”Ruta de los Volcanes”, que parte de Yaiza y por la carretera local LZ-67 se adentra en el Parque Nacional del Timanfaya, hasta llegar a Tinajo.
Pero del recorrido por esta bellísima e impresionante zona llegará información en la siguiente crónica.
Por el momento, ya estábamos absortos en la belleza y grandiosidad de la “falta de vida volcánica” que se nos ofrecía.
Obvio es indicar que las fotografías fueron tan repetidas que al regresar al alojamiento hubimos de seleccionar las mejores, que eran muchas, para enviarlas por Whatts App a la familia y amigos que habían quedado en la península.
Nuestra toma de contacto con Lanzarote había resultado apasionante.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

jueves, 29 de diciembre de 2016

ESTA ESPAÑA NUESTRA: LANZAROTE. UNA NAVIDAD ENTRE VOLCANES (I)

La decisión, los preparativos y la arribada
Era un sábado por la tarde cuando, después de reposar la comida, mi esposa me comentó que se ofrecían vuelos muy baratos, especialmente a la isla de Lanzarote, en el archipiélago de las Canarias.
Me dijo el precio de la oferta de una compañía “low cost” y casi no pude creerlo, pues dos billetes de ida y vuelta, más el coste de facturación de una maleta de 15 kg. para ida y retorno, apenas superaba los cien euros.
Me preguntó mi amada cónyuge si valía la pena hacer una “escapada” como ésa en los tiempos navideños, especialmente refiriéndose a los encantos y atractivos de la isla, y tuve ocasión de contarle, porque ya conocía la isla de anteriores
viajes y estancias, que podía ser una ocasión de oro para disfrutar de paz y tranquilidad, al tiempo de sentir la sensación de hallarse en otro mundo, porque Lanzarote es la “isla de los volcanes”.
Así que después de consultar el calendario y comprobar que nuestras obligaciones profesionales nos podían permitir el viaje y la holganza, reservamos nuestros billetes de avión para ir al comienzo de la semana de Navidad y regresar dos días después de ésta.
Cuando ya teníamos reservados los vuelos, acometimos la tarea de buscar alojamiento, y después de minucioso examen a través de las distintas webs que ofrecen estancias y apartamentos, hallamos una proposición sugestiva, en Muñique (en el centro-norte de la isla, municipio de Teguise), pues se trataba de
una habitación privada con baño en una casa rural lanzaroteña, aislada, en las afueras de la población, cuyas fotografías denotaban un ambiente y amueblamiento minimalista pero digno, con una buena cocina y espacios exteriores. Ocho días de estancia iban a suponernos alrededor de doscientos euros.
Y faltaba hallar un buen alquiler de coche, porque el automóvil es indispensable en cualquier isla canaria --y más aún en Lanzarote-- para contar con libertad de desplazamiento a los distintos enclaves y atractivos.
Inicialmente la compañía aérea “low cost” sugería el alquiler a través de una agencia (Goldcar) por unos ciento setenta euros, kilometraje ilimitado, pero con seguro solamente frente a terceros, y la exigencia de una retención de más de mil euros por si el coche no se devolvía en perfecto estado (mediante bloqueo del importe en la tarjeta de crédito) que al final se remontaba a más de doscientos euros, apareciendo en la web pésimas opiniones sobre el servicio y sobre la gestión económica del contrato.
Por ello, tras anular la orden de alquiler inicial, recalamos en otra agencia que
presentaba la apariencia diametralmente opuesta, hasta el punto que era más moderada en los precios, contaba con muchos despachos en Lanzarote, y no efectuaba ninguno de los cargos (“estafas”) de la inicialmente consultada. Y todo fueron facilidades y hasta ahorros, porque el vehículo se alquilaba asegurado a todo riesgo desde el primer momento y no se retenía importe alguno en garantía.
Con todos los trámites y gestiones efectuados, esperamos con cierta curiosidad la arribada de la fecha prevista para el viaje, el lunes de la semana de Navidad, y en el aeropuerto de Valencia acudimos el vuelo de la “low cost” (no publico el nombre, porque no hago publicidad de quien cobra hasta por pensar en ella), que se presentó con un pequeño retraso en la salida, que llegó a demorarse unos cuarenta minutos, aunque finalmente, con alguna que otra estrechez (¡qué manera de apretar asientos en la cabina de pasaje!), viajamos sin contratiempos durante dos horas  veinte minutos hasta aterrizar en el aeropuerto de Lanzarote, en el que los trámites de recogida de equipaje fueron casi inmediatos y la obtención del vehículo alquilado  muy rápida.
Para llegar a nuestra estancia en Muñique conecté el navegador GPS del móvil, pero la noche era negra y las indicaciones en algunos casos nada precisas, de manera que me vi envuelto en una especie de rondó circular entre poblaciones de toda la isla, hasta que por fin atiné con tomar la dirección hacia el municipio de San Bartolomé, y de ahí seguir por Tao, Tiagua, sobrepasando por despiste
Muñique y llegando a Soo, donde no tuvimos más remedio que telefonear a la anfitriona, Claudia, que nos esperaba (ya era la una de la madrugada, hora canaria), quien nos reorientó para volver atrás y llegar hasta la casa, que se hallaba en una zona alejada del pueblo.
En su interior era de equipamiento minimalista, con una cocina bien dotada, pero lo que más necesitábamos era beber unos vasos de agua y meternos en la cama, que nos acogió mullida y cómoda, en nuestra primera noche lanzaroteña.  
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

jueves, 1 de diciembre de 2016

Esta España nuestra: Las Fallas de Valencia, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.- La UNESCO valora y protege la importancia de las fiestas valencianas


“Las Fallas ya son Patrimonio de la Humanidad



   (“El Mundo”, 30/11/2016)



El 30 de noviembre de 2016 quedará grabado a fuego en el calendario de las Fallas. El Comité de la Unesco ha otorgado finalmente el reconocimiento internacional que anhelaba el principal festejo de Valencia: su declaración como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. En la sesión, celebrada en Addis Abeba (Etiopía), se ha aprobado pasadas las 12 horas (hora española) el expediente de las Fallas que ya contaba con un amplio respaldo entre los miembros de la Asamblea antes incluso de que diese inicio la votación. El concejal de Cultura Festiva y presidente de la Junta Central Fallera, Pere Fuset, vivió en directo la proclamación desde Etiopía como principal embajador de las fiestas.
El comité, formado por representantes de 24 países firmantes de la Convención de la Unesco para la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial, decidió incluirlas en la lista de bienes protegidos para responder a la "necesidad social" de preservar las
artes y oficios tradicionales que de otro modo desaparecerían.



Según este organismo, la práctica de esta festividad cultural, transmitida en el seno de las familias, refuerza la cohesión social y favorece la creatividad colectiva de las comunidades.



Tras conocer la decisión, el concejal de Cultura Festiva de Valencia, Pere Fuset, remarcó que este reconocimiento supone una responsabilidad y un estímulo para buscar "la excelencia de la fiesta y la mejora constante".


La Unesco no solo reconoció el valor de los monumentos valencianos, sino también todos los actos que envuelven esta festividad que se celebra del 14 al 19 de marzo: desfiles de bandas de música, ofrendas florales y eventos culinarios.

El mundo fallero ya se había volcado en la consecución del reconocimiento de la Unesco desde 2008, cuando se constituyeron las bases para formar parte de la Lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Sin embargo, en las celebraciones de marzo de este mismo año los festejos para convencer al organismo internacional se intensificaron, adaptando el programa para exhibir ante el mundo los valores de una celebración centenaria que involucra a todos los sectores de la sociedad.

La ciudad, de hecho, se vuelva cada año en su fiesta principal, en la que más de 300 fallas se adueñan de las principales calles de Valencia durante una algo más de una semana.

Los aspectos que han cautivado a la Unesco engloban desde el sostenimiento de una tradición de la que hay constancia documental desde el siglo XVIII hasta los sectores económicos y artesanales a los que la fiesta valenciana insufla vida como la indumentaria, la pólvora, la música o las flores.

El Ayuntamiento de Valencia, a través de la Junta Central Fallera (el organismo que gestiona la fiesta), ha convocado para esta misma tarde la 'plantà' de una falla simbólica en las Torres de Serranos para celebrar el reconocimiento obtenido en Addís Abeba y que supone la garantía de que las Fallas, y con ellas sus valores, sobrevivirán a la historia.”

El contenido de la expresión “patrimonio cultural” ha
cambiado bastante en las últimas décadas, debido en parte a los instrumentos elaborados por la UNESCO. El patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional.

Pese a su fragilidad, el patrimonio cultural inmaterial es un importante factor del mantenimiento de la diversidad cultural frente a la creciente globalización. La comprensión del patrimonio cultural inmaterial de diferentes comunidades contribuye al diálogo entre culturas y promueve el respeto hacia otros modos de vida.

La importancia del patrimonio cultural inmaterial no estriba en la manifestación cultural en sí, sino en el acervo de conocimientos y técnicas que se transmiten de generación en generación. El valor social y económico de esta transmisión de conocimientos es pertinente para los grupos sociales tanto minoritarios como mayoritarios de un Estado, y reviste la misma
importancia para los países en desarrollo que para los países desarrollados.
El patrimonio cultural inmaterial es:

· Tradicional, contemporáneo y viviente a un mismo tiempo: el patrimonio cultural inmaterial no solo incluye tradiciones heredadas del pasado, sino también usos rurales y urbanos contemporáneos característicos de diversos grupos culturales.

· Integrador: podemos compartir expresiones del patrimonio cultural inmaterial que son parecidas a las de otros. Tanto si son de la aldea vecina como si provienen de una ciudad en las antípodas o han sido adaptadas por pueblos que han emigrado a otra región, todas forman parte del patrimonio cultural inmaterial: se han transmitido de generación en generación, han evolucionado en respuesta a su entorno y contribuyen a infundirnos un sentimiento de identidad y continuidad, creando un vínculo entre el pasado y el futuro a través del presente. El patrimonio cultural inmaterial no se presta a preguntas sobre la pertenencia de un determinado uso a una cultura, sino que contribuye a la cohesión social fomentando un sentimiento de identidad y responsabilidad que
ayuda a los individuos a sentirse miembros de una o varias comunidades y de la sociedad en general.

· Representativo: el patrimonio cultural inmaterial no se valora simplemente como un bien cultural, a título comparativo, por su exclusividad o valor excepcional. Florece en las comunidades y depende de aquéllos cuyos conocimientos de las tradiciones, técnicas y costumbres se transmiten al resto de la comunidad, de generación en generación, o a otras comunidades.

· Basado en la comunidad: el patrimonio cultural inmaterial sólo puede serlo si es reconocido como tal por las comunidades, grupos o individuos que lo crean, mantienen y transmiten. Sin este reconocimiento, nadie puede decidir por ellos que una expresión o un uso determinado forma parte de su patrimonio.

(De Wikipedia y otras fuentes)


Siempre es motivo de satisfacción que algún lugar, hecho, acto, costumbre o tradición sea reconocido por la UNESCO, porque ello implica el marchamo de autenticidad y valor de algo que merece ser conservado y protegido por bien de la Humanidad.

Y en el presente caso, no ya solamente España, sino especialmente Valencia, la ciudad, y las poblaciones de la Comunidad Valenciana que celebran la fiesta de las Fallas, han de sentirse reconocidas y orgullosas de haber sido acreditadas con la distinción de “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”.

Mucho he escrito ya sobre las Fallas, pero en el día de hoy he de felicitarme y felicitar a las autoridades valencianas que son y que han sido, especialmente a la alcaldesa recientemente desaparecida, y al pueblo valenciano, con especial recuerdo y elogio a los
falleros, porque su incesante y valiosa actividad en la celebración y conservación de tan inigualables y extraordinarias fiestas y acontecimientos, ha merecido ser proclamada al mundo entero.

Como español y valenciano, como fallero que he sido y me siento, no puedo menos que hacer pública profesión de mi alegría por esta tan merecida distinción, y hago votos para que los responsables de las Fallas no solamente mantengan las cualidades y excelencias de las instituciones sino que al amparo de este distintivo impulsen y mejoren su contenido.

¡Vixca València! ¡Vixquen les Falles!


“La cultura es la memoria del pueblo, la conciencia  colectiva de la continuidad histórica, el modo de pensar y de vivir”

Milan Kundera (1929-?) Novelista y ensayista checo.




  SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA


martes, 13 de septiembre de 2016

PERIPLO POR EUROPA 2016.- XII- Descanso y naturaleza en Beverino, Liguria, con visita a Cinque Terre

Se denomina Cinque Terre (en español, "Cinco Tierras") a una porción de costa formada por cinco pueblos en la provincia de La Spezia, bañada por el mar de Liguria en Liguria (Italia).
Cinque Terre abarca desde Punta Mesco hasta Punta di Montenero, y comprende los pueblos de Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore.
Esta región, gracias a sus características geográficas, constituye uno de los principales atractivos de la riviera liguria. Su origen es un contexto orográfico muy particular, que da origen a un paisaje montañoso constituido por distintos estratos o "terrazas" que descienden hacia el mar con una fuerte pendiente. La mano del hombre, a lo largo de los siglos, ha modelado el terreno sin alterar el delicado equilibrio ecológico, utilizando esas terrazas en declive para desarrollar una particular técnica agrícola destinada a aprovechar todo lo posible la disposición del terreno.
En 1997, a instancias de la Provincia de La Spezia, las Cinque Terre, junto con Portovenere y las islas de Palmaria, Tino y Tinetto, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Cinque Terre y Portovenere están recogidas con el código 826-001. En 1999 se creó también el Parco Nazionale delle Cinque Terre ("Parque Nacional de las Cinco Tierras").
Las Cinco Tierras
Monterosso
Monterosso al Mare es la más occidental y la más poblada de las Cinco Tierras. En ella se encuentran también las playas más extensas de la región. Monterosso se sitúa en el centro de un pequeño golfo natural, protegido por una modesta escollera artificial.
Al oeste del pueblo se encuentra Fegina, una expansión turística y de balnearios del pequeño pueblo originario. A Fegina se accede a través de un túnel de pocas decenas de metros; allí se ubica la estación de tren y las playas más extensas, compuestas por grava fina.
Es, tras Monterosso, el segundo pueblo más occidental de las Cinque Terre. Se sitúa sobre un pequeño promontorio y se inclina hacia el mar, y es solamente accesible por una carretera que desciende desde la carretera provincial.
Se cree que el nombre de Vernazza deriva del
adjetivo latino verna, es decir, "local, indígena", pero también es posible que el nombre provenga del producto más conocido del pueblo, la vernaccia, una modalidad local de vino.
Su pequeño puerto garantiza un lugar seguro, en una ensenada natural que permite el atraque de barcos pequeños y medianos.
Corniglia se sitúa en el centro de las Cinque Terre, y es el más pequeño de las cinco. Se diferencia del resto de los pueblos de la región en que es el único que no se conecta directamente con el mar, sino que se sitúa sobre un promontorio de unos cien metros, circundado por viñedos distribuidos en las características terrazas en el lado que mira hacia el mar.
Para acceder a Corniglia es necesario descender una larga escalinata conocida como Lardarina, compuesta por 33 tramos y un total de 377 escalones, o bien recorrer la carretera que la conecta con la estación de tren. Además, Corniglia está unida a Vernazza por un sugerente paseo a medio camino entre el mar y la montaña.
Manarola, al igual que los demás pueblos de las Cinque Terre, se encuentra situada entre el Mar de Liguria y la cadena montañosa que se separa de los Apeninos y desciende en dirección sureste, los Alpes Apuanos. Situado en una colina, el pueblo de Manarola se extiende por el valle, encerrada entre dos espolones rocosos, y desciende hacia el mar hasta albergar un pequeño puerto. Manarola es el   
segundo pueblo más pequeño de las Cinque Terre, después de Corniglia.
Este pueblo se sitúa en el último tramo del río Groppo. Las casas se agrupan una junto a otra a lo largo de la vía principal, la Via di Mezzo, que a su vez sigue el curso del agua.
Riomaggiore es la más oriental de las Cinco Tierras. El centro histórico, cuyo núcleo original data del siglo XIII, se sitúa en el valle del Rio Maggiore, el antiguo Rivus Major del cual toma su nombre el pueblo.
Las casas se distribuyen en distintos niveles paralelos que siguen el abrupto recorrido del río. El nuevo barrio de la Stazione, llamado así por haberse
desarrollado en el siglo XIX tras la llegada de la línea férrea, se sitúa en cambio en el valle formado por el Río Finale (Rufinàu), así denominado por señalar, en una época, los límites de las tierras de Riomaggiore y los de Manarola"
(De Wikipedia y otras fuentes)
...
Desde nuestra casa en medio del bosque descendimos en el coche hasta La Spezia, la población que es capitalidad de la provincia, y llegamos a la estación de ferrocarril, atestada de turistas.
No sin pacífica pugna, conquistamos el mostrador de información turística, y allí se nos recomendó que adquiriéramos un ticket especial para un día, trayectos ilimitados, que nos permitiría usar los trenes que circulan por Cinque Terre, sin tope alguno.
En el andén de la estación esperaba al tren una muchedumbre, que cuando llegó el convoy se abalanzó sobre las puertas de  los vagones, atropelladamente, hasta que pudimos entrar en uno
de ellos.
Se trataba de vagones bastante modernos, con aire acondicionado y  dos niveles distintos de asientos.
Optamos por el superior, aunque pocas vistas se nos ofrecieron ya que el ferrocarril discurre más tiempo por túneles que por espacios abiertos.
Decidimos llegar hasta la última de las poblaciones, Monterosso, la situada más al norte, para desplazarnos después hacia las situadas más al sur.
En ese trayecto pasó un interventor que agujereó o clicó nuestros tickets, sin problema (lo que resultaría decisivo para lo que nos aconteció más tarde con otro empleado de la ferrovía).
El trayecto entre estaciones no demoraba más de cuatro o cinco minutos, por lo que en un "plis plas" nos encontramos en Monterosso, que visitamos, paseando por la soleada y calurosa playa y hallando una bonita población entre el monte y el mar, con la playa abarrotada (y eso que casi todas sus zonas eran de pago). Nada muy diferente de cualquier población español del Mediterráneo.
Tomamos un nuevo tren en dirección a Vernazza, y en él sufrimos una nueva muestra de la tendencia al abuso y explotación que en Italia predomina hacia el turista.
Un revisor o interventor nos pidió los tickets, que le mostramos, y nos dijo muy rotundo y autoritario que esos tickets no eran válidos porque no estaban cancelados en las máquinas que hay en las estaciones, por lo que cada uno de nosotros debía pagarle 5 euros para seguir el viaje.
Nuestra protesta fue enérgica, y le dijimos que en el viaje previo otro interventor ya había comprobado los justificantes de viaje y hasta los había validado, clicándolos.
Se empecinó el orondo revisor en que o le pagábamos o abandonábamos el tren (que estaba en
marcha, por cierto) y como tomamos nota de su número de identificación, que estaba en su tarjeta a la vista, se enfureció al límite, haciendo ademán de empujarme, a lo que repliqué cogiendo el móvil y haciendo ademán de llamar a la policía, ante lo que el individuo quiso como romper los tickets, momento en el cual le dije que íbamos a denunciarle.
Ahí se aplacó algo su ira y, muy descortés, sacó un aparatito, mediante el cual comprobó que los tickets habían sido comprados en el día. Se encontró como desarmado, al tiempo que el tren llegaba a la estación de Vernazza, en la que nos apeamos.
El irritado revisor nos siguió por el andén hasta que le grité "Mascalzone!" (sinvergüenza"), e hizo ademán de abalanzarse sobre mí, agresivo, pero la posible presencia de un policía al fondo del andén debió de hacerle desistir de su abuso e intento de cobro sin razón.
Una prueba más de que falta en Italia mucha educación y respeto para con los visitantes.
Superado el incidente, paseamos por Vernazza hasta su coqueto puertecillo, y comimos un cucurucho con algunos pescaditos (boquerones, calamarcitos y gambitas, bien caro, por cierto) para seguir en tren hasta Corniglia, curioso pueblo situado en lo alto para
cuyo acceso existe un servicio de autobús, abarrotado, y en medio de un intenso calor.
Bonito pueblo, con calles estrechas y muchos bares y restaurantes, en varios de los cuales se indicaba, como excepción, "No service charges" o "No coperto". (Ello pone de manifiesto que en muchos servicios turísticos se es consciente del abuso de ese cargo extra y por sorpresa).
Y continuamos por Manarola hasta Riomaggiore, el pueblo más al sur, con una larga calle ascendente, en la que nos sorprendió la venta de jaboncillos en forma de limoncitos, aromatizados de esa fruta, que eran un típico souvenir.
Por fin en el tren llegamos a La Spezia y nos desplazamos hasta un gran supermercado, muy bien abastecido, pero con precios casi el doble que en España, pese a lo cual compramos limoncello, crema
de pistachio, quesos, mortadela boloñesa, vino italiano, y más productos, no solamente para la cena de ese día, sino para la barbacoa que pretendíamos preparar el siguiente día.
Regresamos a nuestra casa en el bosque ya anochecido, y dispusimos una cenita "a la italiana", para sumergirnos en los sueños acompañados por los roedorcillos que pululaban por los techos.
Nos quedaba el siguiente día, último de vacaciones, en el que los jóvenes quisieron ir de nuevo a La Spezia, pero los más mayores decidimos gozar de las delicias de la montaña y la vegetación, hasta el punto que ese día de descanso nos vino de maravilla para preparar la barbacoa del anochecer y estar mejor
dispuestos para el largo viaje del siguiente día.
Aun nos visitaron los dueños, Daniele y Leticia, su pareja, con quienes departimos amigablemente y a quienes compramos sendos tarros de la deliciosa miel que allí se producía, despidiéndonos hasta nueva ocasión.
El siguiente día desayunamos en la terraza frente al bosque y cargamos el coche, para emprender sobre las diez de la mañana el viaje de retorno a España, que transcurrió por toda la Liguria, pasando Génova hasta Veintimilla, y en Francia circulando por la autopista en torno a Montecarlo, Niza, Marsella, Montpellier, Narbonne, y en Perpignan acercándonos a España, cuya inexistente frontera sobrepasamos sobre las siete de la arde.
Llegamos a Roses, a casa de nuestra hija, que nos había dejado las llaves en el vecino de al lado, y aún compramos en un supermercado próximo unos pescados y mariscos, que fueron una auténtica delicia, después de tantos días sin comer frutos del mar.
Un reparador descanso, después de los 1.200 kms. recorridos en el día, nos abrió al regreso, plácido, por carreteras y autovías de Cataluña y Valencia, hasta llegar a Valencia sobre las siete de la tarde.
Habíamos recorrido 4.655 kms. Sin incidencias, sin averías en el coche. Y disfrutando y descansando.
¡La pena es que las vacaciones se habían acabado!
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA