THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA

THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA
La magnificencia del paisaje en The Monument Valley, la belleza del entorno, las reminiscencias de un pasado de tantos y tantos viajeros que cruzaron el Far West, protagonizando aventuras míticas entre las tribus indias y buscando un futuro mejor...Y al igual que esa ruta invita a seguir hasta más allá del horizonte, hasta el infinito, el Monument Valley, suscitando mil experiencias viajeras y recuerdos, se convierte en el icono de este blog que pretende rememorar las emociones y experiencias del conocimiento de nuevas tierras, nuevas culturas y nuevas gentes. Sin descartar que invada la nostalgia evocando vivencias personales de épocas ya pasadas pero nunca olvidadas.

lunes, 20 de abril de 2015

PASCUA EN UCRANIA: Impresiones y experiencias de un país en guerra que aún conserva su pulso vital .- Y VI, Últimos encuentros, despedidas y regreso a Valencia

Las vísperas de nuestro regreso a España y a Valencia quisimos dedicarlas de una manera especial a la convivencia con nuestra familia, con especial atención a nuestra preciosa nietecita y a su laboriosa y atenta madre, así como para mantener las últimas charlas con nuestro hijo y con nuestros vecinos, más que amigos, casi familia.

Todo era muy grato y estaba impregnado de la imperceptible emoción de la despedida, porque, por muy bien que corrieran las cosas y por muy pronto que volviéramos, nunca sería antes del verano.

Así que no escatimamos momentos de tener en brazos a la bebé ni de hablar con su madre sobre los cuidados más convenientes, y en general, dejar a todos un hálito de esperanza sobre la mejora de la difícil situación económica y social de la nación.

A casa acudieron varias de las vecinas más allegadas, y quién más quién menos nos dejó una botella de vodka o unas chocolatinas, y sobre todo toneladas inmensas de afecto.

El día de la marcha hubo que dedicarse a combinar en el equipaje los enseres personales con la multitud de botellas y obsequios, más los chocolates y los detalles, incluyendo alimentos que en España son más difíciles de hallar, como la gryshka (trigo moruno) y una serie de salsas y pastas, más los dulces tradiciones, como, por ejemplo el pastel llamado “Napoleón”, una sabrosa combinación de crema, nata y pasta de galleta.

Así, no sin esfuerzo, pudimos cerrar dos grandes maletas, que pesamos ya en casa, para no sobrepasar los límites permitidos por la compañía aérea, y comprobamos que una de ellas llegaba hasta los 29 kilos y la otra pesaba unos 27. ¡Poco!

Y en los carritos de mano  (“troleys”) aún introdujimos aquellos objetos que no ofrecían problemas en el embarque y el ordenador portátil.

El equipaje ocupó todo el maletero del automóvil que veníamos usando, y en él, pasado el mediodía, nos dirigimos hacia la región kievita de Osokorky, en la que, en medio de los lagos, se hallaba la dacha o chalet de nuestra gran amiga Ludmila.

El tráfico era intenso, pero lo grave fue el despiste que sufrimos, tomando un puente equivocado sobre el Dniéper, lo que nos condujo a una zona que nos resultó desconocida, por lo que había cambiado, con muchas, enormes y nuevas edificaciones; tanto fue así que ni siquiera con el GPS pudimos identificar la zona y las calles y anduvimos circulando casi una hora dando vueltas “de acá para acullá”, por nuevos barrios y partes de la ciudad que nos resultaban absolutamente desconocidas.

Por fin los hados nos permitieron hallar el camino correcto a la dacha de Ludmila, quien ya nos esperaba con su marido, el profesor Dmitrij, a mesa puesta, y con la obsequiosa variedad que siempre nos brinda, ya que había una deliciosa sopa de pescado con verduras, pescado frito, carne a la plancha, ensaladas, y muchas cosas más, que regamos con unos buenos tragos de vodka, mientras hilvanábamos los comentarios previos a la despedida.

A eso de las cuatro de la tarde Ludmila, en su coche que acabábamos de devolverle sano y entero, fue a llevarnos hasta el aeropuerto Zhulany, que a esas horas casi resulta inabordable, porque se halla casi en la zona central de la ciudad de Kiev, y para llegar hay que cruzar cualquiera de los puentes sobre el Dniéper, a cual más congestionado, y después circular por las grandes avenidas, finalmente la Sebastopolska, en las que los coches semejan hormigas surgidas a millares.

Por fin, a eso de las cinco de la tarde pudimos alcanzar el aeropuerto, y, tras una despedida con Ludmila muy rápida, accedimos al embarque, con poca aglomeración, ya que este aeropuerto a esas horas solamente tiene cuatro o cinco vuelos.

De manera que nuestras maletas fueron facturadas sin mayor problema aunque con una etiqueta roja que indicaba su pesada carga, y pasamos al control de pasaportes, en el que no había más que una veintena de personas y fue rápido y sin especial incidencia.

Faltaban quince minutos para el embarque y accedimos al “duty free shop”, en el que aún compramos una botella de vodka “Nemiroff” de un litro, por el increíble precio de ¡cuatro euros!, tras lo que, con puntualidad insospechada llegó el momento de embarcar en la aeronave, a la que nos condujeron unos modernos autobuses, y en la que obtuvimos plazas hacia la parte trasera, junto a una joven ucraniana residente en España y casada con un moldavo ya nacionalizado español, con la que mi esposa conversó un buen rato.

El avión despegó en punto y el viaje comenzó a ser algo movido, por
mor de unas fuertes turbulencias mientras sobrevolábamos territorio ucraniano, casi hasta alcanzar la vertical de los Cárpatos.

El resto del vuelo fue sosegado, con las consabidas operaciones de venta de bebidas y objetos, y las ansias de llegar al destino, Valencia, cerca de la cual ya anocheció, para tomar tierra poco después de las nueve de la noche.

El vuelo había sido cómodo y una vez más se desveló la mejora en las comunicaciones con Ucrania, que parece podrán continuar en el futuro, ya que la compañía Wizz Air ha alcanzado un nuevo acuerdo con el gobierno ucraniano para continuar pronto con los vuelos directos y de precio moderado.

El control de pasaportes resultó inexistente en el aeropuerto de Valencia, para los ciudadanos de la Unión Europea y menos aún el control aduanero, por lo que a los pocos minutos abrazábamos a nuestra hija y nuestro yerno que nos esperaban para llevarnos a casa, al hogar, dulce hogar.

En el camino desde el aeropuerto, los primeros comentarios sobre Ucrania, la situación del país, los miembros de la familia, especialmente la recién nacida, y ya en casa un frugal plato de fiambre sirvió de acompañamiento a la conversación, llena de satisfacción al recordar los días vividos en el país del Dniéper.

Era el broche final a una “Pascua en Ucrania”, que nos había resultado sorprendente y agridulce a la vez, ya que a la emoción de volver a tan amada nación y hallar a los amigos y seres queridos de la familia (novedad de bebé incluida) se había opuesto la amargura de una situación bélica que, aunque lejana, seguía lacerando el alma ucraniana, tan sensible y tan patriótica.

Bien hubiéramos querido paliar esa frustración encubierta que empaña las mentes de los ucranianos, pero nuestra única posibilidad era la de darles nuestro apoyo mediante nuestro afecto y transmitirles palabras de estímulo, poniéndoles de manifiesto que quien se conduce con rectitud y laboriosidad nunca queda abandonado.

Ojalá pronto, en un nuevo viaje, pueda quien esto escribe narrar más y mejor sobre las alegrías y vivencias en tan entrañable país, y las zozobras actuales se tornen en prosperidad y paz.

La misma paz que siempre te desean los ucranianos cuanto te saludan y te despiden con esas palabras de “Do svidanya” (Hasta la vista) y “ Schaslyva” (Sé feliz).

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

miércoles, 15 de abril de 2015

PASCUA EN UCRANIA: Impresiones y experiencias de un país en guerra que aún conserva su pulso vital V.- Encuentros, visitas y celebraciones tras la Pascua, sin olvidar el futuro del país



Terminada en buena manera la celebración de la Pascua, en este nuestro viaje todavía faltaban nuevas visitas y encuentros, que comenzaron el martes 14 de Abril, reuniéndonos con la Profesora Ludmila, para desplazarnos hasta el cementerio de Berkovzy, ya que deseábamos visitar la tumba de nuestra otrora buena e inolvidable amiga, Tatyana Kuftyreva, fallecida a finales de 2013, y a cuyo sepelio no pudimos asistir por nuestra residencia en España.

El acceso al camposanto lo es a través de una gran arcada, que permite la entrada de vehículos, ya que el cementerio es enorme, por lo que caminando podría tardarse mucho tiempo en llegar a la zona pretendida.
Ya dotados de flores, en este caso de tela y papel (puesto que las naturales presumiblemente apenas podrían a durar unas horas, por el frío y el viento reinantes, temperatura de unos 7 u 8 grados) recorrimos en nuestro automóvil unos cuantos paseos hasta llegar a la zona en la que reposaban los restos de nuestra amiga, en una sepultura, como casi todas, en tierra, sobre la que había un monolito en piedra gris oscura y en cuyo frontispicio se había grabado la faz de la difunta, por cierto con gran calidad artística, casi como un retrato.
Allí, mi esposa y Ludmila procedieron a liberar de hojarasca y flores secas la tumba, en la que, una vez adecentada, depositaron los varios ramos de flores que portábamos, al tiempo que desgranábamos unas oraciones y recuperábamos el recuerdo con nostalgia de la difunta.

Impresionante y emotivo de veras todo ello.

Pero la vida debía seguir y habíamos de encontrarnos para almorzar (comer) en casa de la Dra. Elena; así que previo proveernos en uno de los muchos supermercados de la ruta de variadas frutas, bebidas y dulce, recorrimos el Prospekt Peremogy (Avenida de la Libertad, en ruso) hasta llegar a la Ploscha Povedy (Plaza de la Libertad, en ucraniano), y por la calle Shulyanska y el estadio olímpico llegamos a la calle Horkogo, en la que residía nuestra anfitriona.
Se trataba de casi el centro de Kiev, muy próxima zona a la Ploscha Lva Tolstogo (Plaza de León Tolstoi) y la Avenida KreschiatykMaidan Nezalechnosty (Plaza de la Independencia).

Tras los saludos de rigor, y en tanto esperábamos la llegada de Iryna, otra buena amiga, hermana de la fallecida cuya tumba habíamos visitado antes, se repitieron los comentarios de rigor, sobre las respectivas familias, hijos, trabajo, etcétera.

El condumio fue delicioso, al estilo ucraniano, con ensalada de rábanos, tortas fritas de col, fiambre de carne de cerdo, salsas, ensalada de col fermentada, y todos esos platos que en Ucrania cobran un sabor especial, regados –nunca mejor dicho— con vodka en unos casos y coñac ucraniano en otros.

En llegando Iryna y su esposo, Oleg, que habían pasado la Pascua en Lviv, al Oeste, cerca de Polonia, recibimos varios obsequios de su parte, como una botella añeja de vodka de origen austríaco, un pastel con azúcar en  los colores de la bandera ucraniana en su frontis y otros detalles más.

Durante la comida se fueron comentando diversas situaciones cívicas y políticas, y no podía faltar una reflexión sobre la actual situación en Ucrania.

Ante todo, los reunidos, de buen nivel intelectual y
acreditada cultura y formación, mostraron su deseo y ansiedad por que terminara la guerra en el este, cuya solución veían problemática; y se dijeron muy preocupados por la actual situación política y económica de la nación, con la economía bajo mínimos, sin solvencia en divisas, gastando cantidades enormes en la guerra, y con precios exorbitantes.
Nadie mostró comprensión hacia Rusia y Putin, pero casi con sintonía todos lamentaron la tibieza de la Unión Europea en cuanto a su apoyo, concluyendo que esta guerra era para el pueblo una cuestión de patriotismo, pero para los oligarcas de uno y otro lado, de Ucrania y de Rusia, más los de Estados Unidos y Europa, la guerra era una cuestión de defensa de intereses económicos y comerciales de las potencias y los magnates, cuyas consecuencias sufría el pueblo.

Comenté yo mismo que en casi todos los casos las guerras envolvían la defensa de intereses económicos, y que en todos los casos una mala paz siempre era mejor que un trunfo en la contienda.
Recordé la experiencia de la guerra civil española, la transición a la democracia en nuestro país, y cómo ésta fue incomprendida casi totalmente por el pueblo, pero que gracias a ella en España ahora se vive “de otra manera”, y no peor, porque se evitó la contienda violenta.

Muy interesante tertulia, propiciada por unos cafés capuccinos deliciosos, que nos permitieron tener nuevas impresiones sobre el futuro de esta nación, Ucrania, que se debate entre las ansias de libertad y bienestar y la reafirmación de una identidad nacional que ni unos ni otros de los países extranjeros permiten sea obtenida de manera sosegada.

Conclusión: Hay contienda para rato…y crisis social para más aún...

Y, en fin, la intensa jornada terminó en “nuestro” Vyshgorod, donde volvimos a gozar cuidando a nuestra nietecita, cada día más bonita y desarrollada.

Al retirarnos a descansar pensamos que la vida sigue y que por encima de los egoísmos humanos, las gentes saben cómo superar la adversidad y labrar su futuro.

Eso habrá de acontecer con Ucrania, que a lo largo de los siglos ha soportado y superado invasiones de toda clase y pueblos, sufrido guerras y hambrunas, experimentando catástrofes (recuérdese Chernobyl), pero que logró ser independiente y está caminando hacia obtener su identidad definitiva.
Nada más propio que terminar con las frases que repiten los ucranianos: “Slava Ukraïna” (Gloria a Ucrania) y “Dios salve a nuestra nación”.

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

lunes, 13 de abril de 2015

PASCUA EN UCRANIA: Impresiones y experiencias de un país en guerra que aún conserva su pulso vital.- IV.- El día de Pascua es celebrado con acento religioso y sentido familiar y de amistad


Dulce, similar al panettone o panquemado,
llamado "Paska"




Y llegó el domingo de Pascua, con las gentes visitando las iglesias durante la madrugada, porque el sábado y durante la vigilia pascual se bendice por el sacerdote los alimentos que se comerán el Domingo de Pascua
La celebración de este día comienza con la lectura de los maitines de la Resurrección; y el saludo tradicional de la jornada es: “Jrestos Voskres” (“Cristo ha resucitado”) y se responde: “Voïstenu Voskres” (“Realmente ha resucitado”).
Cuando finaliza la Liturgia del Domingo de Pascua, el sacerdote bendice el pan, similar al panquemado o pannettone ("Paska"), que se repartirá ese mismo domingo. Al regresar de la iglesia a los hogares, cada cabeza de familia debe rodear tres veces su casa y establos, para llenar todo el alrededor de la beatitud de la Resurrección. Después entra al hogar, en el que bendice a la familia con estas palabras: “¡Cristo ha resucitado! Con la
resurrección de Cristo deseo a todos los presentes suerte, salud, mucha alegría y buenaventura”.

Realizado este acto, se coloca el cesto con la comida bendecida en la sala principal de la propia casa, frente a los iconos o cuadros de santos. Es esa comida la que el jefe de la familia (en la que debe estar todo el clan, desde abuelos, tíos, tías, primas, primas hasta nietos) compartirá con todos los presentes durante el almuerzo pascual.

Algo para destacar del festejo religioso son algunas actividades llevadas a cabo por los varones, por un lado, y las muchachas, por el otro. Los primeros realizan los “Véyi”, torres armadas por ellos subiéndose cada uno sobre la espalda del otro. Y las segundas se encargan de las “Hahilke”, cantos entonados por ellas mismas, que incluyen bailes suaves y alegres.

El domingo que le sigue al de Pascua se lo considera el domingo de la despedida o Providná Nedila”, en el cual, según creencias populares, los muertos, que habían venido a celebrar con la familia la Pascua de Resurrección, regresan a su camino.

Hasta aquí la tradición que mucha gente cumple.

En nuestro caso, con una nietecita de apenas dos semanas de vida, preferimos quedar el sábado noche en casa con sus padres, y al siguiente día desayunamos juntos felicitándonos la Pascua. Y comimos la "Paska", por supuesto.

Más tarde salimos de nuestra residencia y nos dirigimos hacia Kiev, donde recogimos a la Dra. Elena, nuestra madrina de boda, y a la Dra. Galyna, otra buena amiga, para dirigirnos a la zona de Osokorky, al otro margen del río Dniéper, donde en su preciosa dacha (chalet) nos esperaba la profesora Ludmila, con su esposo, el profesor Dmitrij Mykolaevich, y su hijo Alexander (Sasha) con su esposa, la profesora Elena.

Allí contemplamos ya al entrar al salón o estancia principal de la casa, la repleta mesa con alimentos de toda clase, tales como muy diversas ensaladas, platos de carne, huevos cocidos y pintados (tradición ucraniana en todas las casas), fiambres y embutidos, gelatinas, etcétera y una abundancia de bebidas, entre las que destacaba el vodka, aunque no faltaba el coñac, ni el vino de varias clases, más zumos. En fin, todo un espectáculo de abundancia y celebración.
Al rato llegó el Dr. Volodymir con su esposa, Larysa, y esa decena de congregados comenzamos a degustar las delicias culinarias preparadas, no sin un previo brindis cada rato.

Resultó especialmente emotivo el primero, de la Profesora Ludmila, quien ofreció la bebida y brindó “por la paz”. Del mundo, de la nación, de la ciudad, de las familias, deseando se extienda por el doquier, precisamente en el Día de Pascua, precisamente en ese día en el que –recalcó con emoción no exenta de indignación— los tanques rusos estaban invadiendo otra vez la parte del este de Ucrania.

Y siguieron los brindis: por los amigos; por los anfitriones; por los invitados; por las mujeres; por todo aquello o aquel que o a quien se deseaba con buena voluntad.

A la comida se agregó una especie de arroz de mariscos que la anfitriona denominó como “paella ucraniana”, y que, aunque demasiado cocido, denotaba un buen sabor.
Siguieron los dulces y la charla, prolongada charla, en la que la amistad y la camaradería acogieron a los dos nietos de la anfitriona, Dima (Dmitrij) y Vova (Volodimyr), que llegaron a tiempo de compartir mesa y mantel y de ilustrarnos sobre sus actividades profesionales, ambos trabajando en destacados empleos con buena retribución, pese a su juventud.

Tras las conversas en torno a la mesa, un paseo por el jardín, contando y repasando nuevas y viejas historias, y especialmente Tamara, mi esposa, relatando a las amigas novedades de España y de nuestra familia, hasta que se pensó en la merienda, en la que frutas y dulces acompañaron una nueva tertulia sobre las naciones, sus libertades y sus gobernantes, con un nivel intelectual que resultó muy interesante.

Comenzaba a caer la tarde cuando regresamos hacia Kiev y dejamos en sus respectivos domicilios a nuestras viajeras, Elena y Galyna, para retornar a Vyshgorod, donde hallamos la sorpresa de que nuestra nietecita había salido para dar su primer paseo al aire libre con sus papás, del que regresó con una carita coloreada por el buen sol y buena temperatura que imperaban.

Había resultado, en verdad, un día magnífico, como tantos otros que ya habíamos disfrutado años ha, pero en esta ocasión con nuevos elementos de goce, y con el contraste de que una guerra provocada por el ansia imperialista del loco presidente ruso no había logrado mermar el espíritu religioso y convivencial de un pueblo que, como el ucraniano, merece mucho más que la avaricia de su vecino del norte y la tibieza de apoyo del grupo europeo, sin capacidad de reacción ante la agresión.

Como la gente se felicitaba, Cristo había resucitado, pero se nos antojó que Ucrania y sus gentes aún estarían obligadas a sufrir mucha Pasión, si es que lograban sobrevivir a tantos dislates políticos y sociales.

En fin, la Pascua había llegado, y nosotros la habíamos disfrutado de veras.

Tanto que en este escrito repetimos, deseándolo a los lectores:

“Jrestos Voskres” (“Cristo ha resucitado”) y “Voïstenu Voskres” (“Realmente resucitó”).

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA