Se denomina Cinque Terre (en español, "Cinco Tierras") a una porción de costa formada por cinco pueblos en la provincia de La Spezia, bañada por el mar de Liguria en Liguria (Italia).
Cinque Terre abarca desde Punta Mesco hasta Punta di Montenero, y comprende los pueblos de Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore.
Esta región, gracias a sus características geográficas, constituye uno de los principales atractivos de la riviera liguria. Su origen es un contexto orográfico muy particular, que da origen a un paisaje montañoso constituido por distintos estratos o "terrazas" que descienden hacia el mar con una fuerte pendiente. La mano del hombre, a lo largo de los siglos, ha modelado el terreno sin alterar el delicado equilibrio ecológico, utilizando esas terrazas en declive para desarrollar una particular técnica agrícola destinada a aprovechar todo lo posible la disposición del terreno.
En 1997, a instancias de la Provincia de La Spezia, las Cinque Terre, junto con Portovenere y las islas de Palmaria, Tino y Tinetto, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Cinque Terre y Portovenere están recogidas con el código 826-001. En 1999 se creó también el Parco Nazionale delle Cinque Terre ("Parque Nacional de las Cinco Tierras").
Las Cinco Tierras
Monterosso
Monterosso al Mare es la más occidental y la más poblada de las Cinco Tierras. En ella se encuentran también las playas más extensas de la región. Monterosso se sitúa en el centro de un pequeño golfo natural, protegido por una modesta escollera artificial.
Al oeste del pueblo se encuentra Fegina, una expansión turística y de balnearios del pequeño pueblo originario. A Fegina se accede a través de un túnel de pocas decenas de metros; allí se ubica la estación de tren y las playas más extensas, compuestas por grava fina.
Es, tras Monterosso, el segundo pueblo más occidental de las Cinque Terre. Se sitúa sobre un pequeño promontorio y se inclina hacia el mar, y es solamente accesible por una carretera que desciende desde la carretera provincial.
Se cree que el nombre de Vernazza deriva del
adjetivo latino verna, es decir, "local, indígena", pero también es posible que el nombre provenga del producto más conocido del pueblo, la vernaccia, una modalidad local de vino.
adjetivo latino verna, es decir, "local, indígena", pero también es posible que el nombre provenga del producto más conocido del pueblo, la vernaccia, una modalidad local de vino.
Su pequeño puerto garantiza un lugar seguro, en una ensenada natural que permite el atraque de barcos pequeños y medianos.
Corniglia se sitúa en el centro de las Cinque Terre, y es el más pequeño de las cinco. Se diferencia del resto de los pueblos de la región en que es el único que no se conecta directamente con el mar, sino que se sitúa sobre un promontorio de unos cien metros, circundado por viñedos distribuidos en las características terrazas en el lado que mira hacia el mar.
Para acceder a Corniglia es necesario descender una larga escalinata conocida como Lardarina, compuesta por 33 tramos y un total de 377 escalones, o bien recorrer la carretera que la conecta con la estación de tren. Además, Corniglia está unida a Vernazza por un sugerente paseo a medio camino entre el mar y la montaña.
Manarola, al igual que los demás pueblos de las Cinque Terre, se encuentra situada entre el Mar de Liguria y la cadena montañosa que se separa de los Apeninos y desciende en dirección sureste, los Alpes Apuanos. Situado en una colina, el pueblo de Manarola se extiende por el valle, encerrada entre dos espolones rocosos, y desciende hacia el mar hasta albergar un pequeño puerto. Manarola es el
segundo pueblo más pequeño de las Cinque Terre, después de Corniglia.
segundo pueblo más pequeño de las Cinque Terre, después de Corniglia.
Este pueblo se sitúa en el último tramo del río Groppo. Las casas se agrupan una junto a otra a lo largo de la vía principal, la Via di Mezzo, que a su vez sigue el curso del agua.
Riomaggiore es la más oriental de las Cinco Tierras. El centro histórico, cuyo núcleo original data del siglo XIII, se sitúa en el valle del Rio Maggiore, el antiguo Rivus Major del cual toma su nombre el pueblo.
Las casas se distribuyen en distintos niveles paralelos que siguen el abrupto recorrido del río. El nuevo barrio de la Stazione, llamado así por haberse
desarrollado en el siglo XIX tras la llegada de la línea férrea, se sitúa en cambio en el valle formado por el Río Finale (Rufinàu), así denominado por señalar, en una época, los límites de las tierras de Riomaggiore y los de Manarola"
desarrollado en el siglo XIX tras la llegada de la línea férrea, se sitúa en cambio en el valle formado por el Río Finale (Rufinàu), así denominado por señalar, en una época, los límites de las tierras de Riomaggiore y los de Manarola"
(De Wikipedia y otras fuentes)
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Desde nuestra casa en medio del bosque descendimos en el coche hasta La Spezia, la población que es capitalidad de la provincia, y llegamos a la estación de ferrocarril, atestada de turistas.
No sin pacífica pugna, conquistamos el mostrador de información turística, y allí se nos recomendó que adquiriéramos un ticket especial para un día, trayectos ilimitados, que nos permitiría usar los trenes que circulan por Cinque Terre, sin tope alguno.
En el andén de la estación esperaba al tren una muchedumbre, que cuando llegó el convoy se abalanzó sobre las puertas de los vagones, atropelladamente, hasta que pudimos entrar en uno
de ellos.
Se trataba de vagones bastante modernos, con aire acondicionado y dos niveles distintos de asientos.
Optamos por el superior, aunque pocas vistas se nos ofrecieron ya que el ferrocarril discurre más tiempo por túneles que por espacios abiertos.
Decidimos llegar hasta la última de las poblaciones, Monterosso, la situada más al norte, para desplazarnos después hacia las situadas más al sur.
En ese trayecto pasó un interventor que agujereó o clicó nuestros tickets, sin problema (lo que resultaría decisivo para lo que nos aconteció más tarde con otro empleado de la ferrovía).
El trayecto entre estaciones no demoraba más de cuatro o cinco minutos, por lo que en un "plis plas" nos encontramos en Monterosso, que visitamos, paseando por la soleada y calurosa playa y hallando una bonita población entre el monte y el mar, con la playa abarrotada (y eso que casi todas sus zonas eran de pago). Nada muy diferente de cualquier población español del Mediterráneo.
Tomamos un nuevo tren en dirección a Vernazza, y en él sufrimos una nueva muestra de la tendencia al abuso y explotación que en Italia predomina hacia el turista.
Un revisor o interventor nos pidió los tickets, que le mostramos, y nos dijo muy rotundo y autoritario que esos tickets no eran válidos porque no estaban cancelados en las máquinas que hay en las estaciones, por lo que cada uno de nosotros debía pagarle 5 euros para seguir el viaje.
Nuestra protesta fue enérgica, y le dijimos que en el viaje previo otro interventor ya había comprobado los justificantes de viaje y hasta los había validado, clicándolos.
Se empecinó el orondo revisor en que o le pagábamos o abandonábamos el tren (que estaba en
marcha, por cierto) y como tomamos nota de su número de identificación, que estaba en su tarjeta a la vista, se enfureció al límite, haciendo ademán de empujarme, a lo que repliqué cogiendo el móvil y haciendo ademán de llamar a la policía, ante lo que el individuo quiso como romper los tickets, momento en el cual le dije que íbamos a denunciarle.
Ahí se aplacó algo su ira y, muy descortés, sacó un aparatito, mediante el cual comprobó que los tickets habían sido comprados en el día. Se encontró como desarmado, al tiempo que el tren llegaba a la estación de Vernazza, en la que nos apeamos.
El irritado revisor nos siguió por el andén hasta que le grité "Mascalzone!" (sinvergüenza"), e hizo ademán de abalanzarse sobre mí, agresivo, pero la posible presencia de un policía al fondo del andén debió de hacerle desistir de su abuso e intento de cobro sin razón.
Una prueba más de que falta en Italia mucha educación y respeto para con los visitantes.
Superado el incidente, paseamos por Vernazza hasta su coqueto puertecillo, y comimos un cucurucho con algunos pescaditos (boquerones, calamarcitos y gambitas, bien caro, por cierto) para seguir en tren hasta Corniglia, curioso pueblo situado en lo alto para
cuyo acceso existe un servicio de autobús, abarrotado, y en medio de un intenso calor.
Bonito pueblo, con calles estrechas y muchos bares y restaurantes, en varios de los cuales se indicaba, como excepción, "No service charges" o "No coperto". (Ello pone de manifiesto que en muchos servicios turísticos se es consciente del abuso de ese cargo extra y por sorpresa).
Y continuamos por Manarola hasta Riomaggiore, el pueblo más al sur, con una larga calle ascendente, en la que nos sorprendió la venta de jaboncillos en forma de limoncitos, aromatizados de esa fruta, que eran un típico souvenir.
Por fin en el tren llegamos a La Spezia y nos desplazamos hasta un gran supermercado, muy bien abastecido, pero con precios casi el doble que en España, pese a lo cual compramos limoncello, crema
de pistachio, quesos, mortadela boloñesa, vino italiano, y más productos, no solamente para la cena de ese día, sino para la barbacoa que pretendíamos preparar el siguiente día.
Regresamos a nuestra casa en el bosque ya anochecido, y dispusimos una cenita "a la italiana", para sumergirnos en los sueños acompañados por los roedorcillos que pululaban por los techos.
Nos quedaba el siguiente día, último de vacaciones, en el que los jóvenes quisieron ir de nuevo a La Spezia, pero los más mayores decidimos gozar de las delicias de la montaña y la vegetación, hasta el punto que ese día de descanso nos vino de maravilla para preparar la barbacoa del anochecer y estar mejor
dispuestos para el largo viaje del siguiente día.
Aun nos visitaron los dueños, Daniele y Leticia, su pareja, con quienes departimos amigablemente y a quienes compramos sendos tarros de la deliciosa miel que allí se producía, despidiéndonos hasta nueva ocasión.
El siguiente día desayunamos en la terraza frente al bosque y cargamos el coche, para emprender sobre las diez de la mañana el viaje de retorno a España, que transcurrió por toda la Liguria, pasando Génova hasta Veintimilla, y en Francia circulando por la autopista en torno a Montecarlo, Niza, Marsella, Montpellier, Narbonne, y en Perpignan acercándonos a España, cuya inexistente frontera sobrepasamos sobre las siete de la arde.
Llegamos a Roses, a casa de nuestra hija, que nos había dejado las llaves en el vecino de al lado, y aún compramos en un supermercado próximo unos pescados y mariscos, que fueron una auténtica delicia, después de tantos días sin comer frutos del mar.
Un reparador descanso, después de los 1.200 kms. recorridos en el día, nos abrió al regreso, plácido, por carreteras y autovías de Cataluña y Valencia, hasta llegar a Valencia sobre las siete de la tarde.
Habíamos recorrido 4.655 kms. Sin incidencias, sin averías en el coche. Y disfrutando y descansando.
¡La pena es que las vacaciones se habían acabado!
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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Desde nuestra casa en medio del bosque descendimos en el coche hasta La Spezia, la población que es capitalidad de la provincia, y llegamos a la estación de ferrocarril, atestada de turistas.
No sin pacífica pugna, conquistamos el mostrador de información turística, y allí se nos recomendó que adquiriéramos un ticket especial para un día, trayectos ilimitados, que nos permitiría usar los trenes que circulan por Cinque Terre, sin tope alguno.
En el andén de la estación esperaba al tren una muchedumbre, que cuando llegó el convoy se abalanzó sobre las puertas de los vagones, atropelladamente, hasta que pudimos entrar en uno
de ellos.
Se trataba de vagones bastante modernos, con aire acondicionado y dos niveles distintos de asientos.
Optamos por el superior, aunque pocas vistas se nos ofrecieron ya que el ferrocarril discurre más tiempo por túneles que por espacios abiertos.
Decidimos llegar hasta la última de las poblaciones, Monterosso, la situada más al norte, para desplazarnos después hacia las situadas más al sur.
En ese trayecto pasó un interventor que agujereó o clicó nuestros tickets, sin problema (lo que resultaría decisivo para lo que nos aconteció más tarde con otro empleado de la ferrovía).
El trayecto entre estaciones no demoraba más de cuatro o cinco minutos, por lo que en un "plis plas" nos encontramos en Monterosso, que visitamos, paseando por la soleada y calurosa playa y hallando una bonita población entre el monte y el mar, con la playa abarrotada (y eso que casi todas sus zonas eran de pago). Nada muy diferente de cualquier población español del Mediterráneo.
Tomamos un nuevo tren en dirección a Vernazza, y en él sufrimos una nueva muestra de la tendencia al abuso y explotación que en Italia predomina hacia el turista.
Un revisor o interventor nos pidió los tickets, que le mostramos, y nos dijo muy rotundo y autoritario que esos tickets no eran válidos porque no estaban cancelados en las máquinas que hay en las estaciones, por lo que cada uno de nosotros debía pagarle 5 euros para seguir el viaje.
Nuestra protesta fue enérgica, y le dijimos que en el viaje previo otro interventor ya había comprobado los justificantes de viaje y hasta los había validado, clicándolos.
Se empecinó el orondo revisor en que o le pagábamos o abandonábamos el tren (que estaba en
marcha, por cierto) y como tomamos nota de su número de identificación, que estaba en su tarjeta a la vista, se enfureció al límite, haciendo ademán de empujarme, a lo que repliqué cogiendo el móvil y haciendo ademán de llamar a la policía, ante lo que el individuo quiso como romper los tickets, momento en el cual le dije que íbamos a denunciarle.
Ahí se aplacó algo su ira y, muy descortés, sacó un aparatito, mediante el cual comprobó que los tickets habían sido comprados en el día. Se encontró como desarmado, al tiempo que el tren llegaba a la estación de Vernazza, en la que nos apeamos.
El irritado revisor nos siguió por el andén hasta que le grité "Mascalzone!" (sinvergüenza"), e hizo ademán de abalanzarse sobre mí, agresivo, pero la posible presencia de un policía al fondo del andén debió de hacerle desistir de su abuso e intento de cobro sin razón.
Una prueba más de que falta en Italia mucha educación y respeto para con los visitantes.
Superado el incidente, paseamos por Vernazza hasta su coqueto puertecillo, y comimos un cucurucho con algunos pescaditos (boquerones, calamarcitos y gambitas, bien caro, por cierto) para seguir en tren hasta Corniglia, curioso pueblo situado en lo alto para
cuyo acceso existe un servicio de autobús, abarrotado, y en medio de un intenso calor.
Bonito pueblo, con calles estrechas y muchos bares y restaurantes, en varios de los cuales se indicaba, como excepción, "No service charges" o "No coperto". (Ello pone de manifiesto que en muchos servicios turísticos se es consciente del abuso de ese cargo extra y por sorpresa).
Y continuamos por Manarola hasta Riomaggiore, el pueblo más al sur, con una larga calle ascendente, en la que nos sorprendió la venta de jaboncillos en forma de limoncitos, aromatizados de esa fruta, que eran un típico souvenir.
Por fin en el tren llegamos a La Spezia y nos desplazamos hasta un gran supermercado, muy bien abastecido, pero con precios casi el doble que en España, pese a lo cual compramos limoncello, crema
de pistachio, quesos, mortadela boloñesa, vino italiano, y más productos, no solamente para la cena de ese día, sino para la barbacoa que pretendíamos preparar el siguiente día.
Regresamos a nuestra casa en el bosque ya anochecido, y dispusimos una cenita "a la italiana", para sumergirnos en los sueños acompañados por los roedorcillos que pululaban por los techos.
Nos quedaba el siguiente día, último de vacaciones, en el que los jóvenes quisieron ir de nuevo a La Spezia, pero los más mayores decidimos gozar de las delicias de la montaña y la vegetación, hasta el punto que ese día de descanso nos vino de maravilla para preparar la barbacoa del anochecer y estar mejor
dispuestos para el largo viaje del siguiente día.
Aun nos visitaron los dueños, Daniele y Leticia, su pareja, con quienes departimos amigablemente y a quienes compramos sendos tarros de la deliciosa miel que allí se producía, despidiéndonos hasta nueva ocasión.
El siguiente día desayunamos en la terraza frente al bosque y cargamos el coche, para emprender sobre las diez de la mañana el viaje de retorno a España, que transcurrió por toda la Liguria, pasando Génova hasta Veintimilla, y en Francia circulando por la autopista en torno a Montecarlo, Niza, Marsella, Montpellier, Narbonne, y en Perpignan acercándonos a España, cuya inexistente frontera sobrepasamos sobre las siete de la arde.
Llegamos a Roses, a casa de nuestra hija, que nos había dejado las llaves en el vecino de al lado, y aún compramos en un supermercado próximo unos pescados y mariscos, que fueron una auténtica delicia, después de tantos días sin comer frutos del mar.
Un reparador descanso, después de los 1.200 kms. recorridos en el día, nos abrió al regreso, plácido, por carreteras y autovías de Cataluña y Valencia, hasta llegar a Valencia sobre las siete de la tarde.
Habíamos recorrido 4.655 kms. Sin incidencias, sin averías en el coche. Y disfrutando y descansando.
¡La pena es que las vacaciones se habían acabado!
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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