Casi sin darnos cuenta se nos había escapado la semana de Pascua durante
nuestra estancia en Ucrania.
Entre comidas, cenas, ópera, invitaciones, comentarios, compras y visitas,
se habían consumido los días y nos hallábamos ya en domingo (el siguiente a la
Pascua), en el que los ucranianos recuerdan
a sus muertos, mediante visitas a los cementerios, a donde llevan flores
que depositan ante las tumbas de sus allegados.
En nuestra familia no podía ser menos y tanto mi esposa, como nuestro hijo
Andrey y su mujer, Katia, junto con la pequeña Milena, visitaron en Vyshgorod
el antiguo cementerio, en el que están inhumados mis suegros, y el cementerio general
actual (inmenso), en el que descansan los restos de los padres de nuestra
nuera.
Al regreso de la visita comentaron que había resultado dificultoso el
acceso por la multitud que se dirigía a los camposantos y por la enorme afluencia
de gente hasta las tumbas.
Les llamó la atención una amplia zona en la que se hallaban sepultados los
cuerpos de los jóvenes soldados que habían muerto en la guerra del este de Ucrania.
Tras ello, como habíamos decidido permanecer en
casa para agotar en familia el último día de nuestra estancia en Vyshgorod, optamos por culminar nuestras comidas en común con una “paella” (entrecomillo porque realmente de paella solamente era el recipiente y el método de elaboración) de costillas de cerdo y pimientos.
casa para agotar en familia el último día de nuestra estancia en Vyshgorod, optamos por culminar nuestras comidas en común con una “paella” (entrecomillo porque realmente de paella solamente era el recipiente y el método de elaboración) de costillas de cerdo y pimientos.
Como la carne de cerdo es de muy buena calidad en Ucrania, no hubo
dificultades en hallarla, pero no así la verdura, por lo que optamos por el
pimiento, y como los pimientos enteros y frescos --procedencia española-- se vendían a precios
exorbitantes (a más de 3 € el kilo) optamos por utilizar los congelados, que se
vendían en tiras, y que al final iban a desempeñar el mismo cometido, al ser
sofritos y luego cocidos con el arroz. El resultado fue un plato bastante razonable
de gusto, que consumimos en su totalidad.
Por la tarde recibimos varias llamadas de los amigos que se despedían de
nosotros y nos deseaban lo mejor, y hasta pasó por nuestra casa la querida Tanya
Honchar (o Gonchar), cuya madre, Olga, vivía
en el edificio contiguo y era vieja amiga de mi esposa.
en el edificio contiguo y era vieja amiga de mi esposa.
Cuando el día acabó, en pequeña velada nocturna repasamos lo vivido en este
viaje y nos organizamos para la salida de Kiev el día siguiente.
El lunes hubo que madrugar algo para el aseo personal y culminar el arreglo
de maletas, con las dificultades para introducir tantas botellas y regalos que
se nos habían hecho, y a filo de las 7’30 de la mañana nuestro hijo Andrey nos
llevó hasta el aeropuerto Kiev-Boryspil, a unos treinta kilómetros.
Ya en el aeropuerto comenzó por llamar nuestra atención que en la zona de
llegada de vehículos para dejar viajeros se habían colocado unas vallas que
impedían el paso, de manera que obligaban (nos obligaron) a bajar del coche y
caminar con las pesadas maletas bastantes metros, hasta la entrada, en la que,
junto a la puerta ya había un primer escáner de equipajes, en el que una
especie de guarda de seguridad metía prisa a las gentes, apuradas con los
pesados bultos, pero sin ayudarles lo más mínimo.
Como el aeropuerto es inmenso, cuando por fin detectamos la zona de
mostradores, aunque nuestro vuelo a Ivano-Frankivsk, preludio del posterior
vuelo a Valencia, ya estaba anunciado, nadie estaba frente al marcador.
Al entregar los pasaportes y empezar la facturación (el llamado “check-in”)
ya advertimos a la empleada que de las dos maletas grandes que llevábamos –una por persona-
si alguna se excedía en los 23 kilos de peso permitidos, se nos indicara, para
trasvasar algunos objetos a los equipajes de mano o de una a otra valija.
La moza que se encargaba de ello pesó la primera maleta (18 kilos) y cuando
lo hizo con la segunda (24’5 kilos) indicó que no podía facturarla por exceso
de peso. Le dijimos que nos diera de nuevo la primera maleta, para compensar
los pesos, pero dijo muy enfadada que ello ya no era posible porque la había
enviado.
Es decir, sin devolvernos los pasaportes, sin expedirnos las tarjetas de
embarque, sin terminar de pesar todo el equipaje, la ufana chica había enviado
una maleta por libre a la zona de accesos a los aviones.
Me enfadé y pedí la presencia de la supervisora o inspectora y se me dijo
que no era posible porque no existía; pedí hojas de reclamación, y se me dijo
que no había nada que reclamar; y por resolver el
problema decidimos eliminar un kilogramo de la maleta excedida en peso a uno de los carritos o troleys de mano, en cuyo momento llegó una azafata o algo así más veterana, que solamente repetía que había exceso de peso. Como la maleta aligerada ya estaba sobre la cinta de peso, le indiqué, enojado, que mirara, y aunque lo rehusó, al ver su falta de razón, se marchó sin decir nada.
problema decidimos eliminar un kilogramo de la maleta excedida en peso a uno de los carritos o troleys de mano, en cuyo momento llegó una azafata o algo así más veterana, que solamente repetía que había exceso de peso. Como la maleta aligerada ya estaba sobre la cinta de peso, le indiqué, enojado, que mirara, y aunque lo rehusó, al ver su falta de razón, se marchó sin decir nada.
Por ello pedí a la moza de facturación que me diera su nombre, negándose en
un principio aunque como le pendía al frente una tarjeta identificativa, lo
copié no sin enojo de la chiquilla.
En su momento formulé la oportuna reclamación a Ukraine International
Airlines, que me ha respondido que lamentan el incidente, pero que sus
empleados siempre tienen razón y que informan que hubo un exceso de peso.
Mi respuesta ha sido clara y efectiva: Son unos falsos, y divulgaré el mal servicio.
Un día después, un representante de la compañía me ha llamado desde Barcelona ofreciéndome para el próximo
vuelo un “upgrade” o mejora de clase gratuito, en compensación por las molestias.
¡Y a veces nos quejamos del servicio en las aerolíneas que sirven en la
Unión Europea!
…
El vuelo a Ivano-Frankivsk se realizó en un cómodo avión Embraer 145, de
unas 70 plazas, más pequeño que el Embraer 190 que conecta con Valencia, y fue
tranquilo, permitiendo el poco nublado cielo vislumbrar las montañas de los
Cárpatos, bastante nevadas.
Al llegar a Ivano- Frankivsk, otra vez hubimos de repetir la operación de la ida desde Valencia, de
recoger nuestro equipaje, porque el vuelo hasta Valencia no salía hasta las 10
de la noche, y ¡no hay sala de depósito de equipajes o consigna!
Menos mal que nos estaba esperando nuestro gran amigo Gennadiyi Mikytka,
Presidente del Centro de Integración Europea, quien nos llevó en su automóvil
hasta el hotel “Krasnaya sadiba” (cabaña roja) de nuestro también gran amigo
Yaroslav, en el que ya nos hemos alojado en anteriores ocasiones, y en ese hotel, además de abrazarnos con su propietario, desayunamos amigablemente,
dejamos nuestros equipajes en una habitación, charlamos un buen rato,
y nos fuimos después con Gennadiy hacia el centro de la ciudad, en la que observamos más tránsito que en ocasiones anteriores, y muchas mejoras urbanas, especialmente en edificios representativos, como la ciudadela o baluarte. Terminamos en una bonita galería comercial, en la que nos despedimos de Mikytka, que precisaba partir hacia Kiev, y tomamos un pequeño refrigerio de quesos de la región, más unas tiras de pollo al sésamo, que estaban deliciosos, regándolos con la buena cerveza de Lviv.
y nos fuimos después con Gennadiy hacia el centro de la ciudad, en la que observamos más tránsito que en ocasiones anteriores, y muchas mejoras urbanas, especialmente en edificios representativos, como la ciudadela o baluarte. Terminamos en una bonita galería comercial, en la que nos despedimos de Mikytka, que precisaba partir hacia Kiev, y tomamos un pequeño refrigerio de quesos de la región, más unas tiras de pollo al sésamo, que estaban deliciosos, regándolos con la buena cerveza de Lviv.
Aprovechamos el rato para descansar un poco, charlando de las experiencias
del día, hasta que se comunicó con nosotros la querida amiga y acreditada
periodista Alla Pass (de la cadena de televisión 1+1), con quien mantenemos una
amigable relación desde su primera visita a España en 2005 para asistir al
Congreso de Federaciones de Ucranianos en España, y posteriores venidas, para reportajes sobre los ucranianos, su integración con los españoles y hasta su vinculación a las Fallas de Valencia, en cuya fiestas le servimos de introductores y guías, hasta el punto que elaboró un bello reportaje sobre los monumentos y las celebraciones.
Congreso de Federaciones de Ucranianos en España, y posteriores venidas, para reportajes sobre los ucranianos, su integración con los españoles y hasta su vinculación a las Fallas de Valencia, en cuya fiestas le servimos de introductores y guías, hasta el punto que elaboró un bello reportaje sobre los monumentos y las celebraciones.
Con Alla charlamos casi cuatro horas, repasando temas de actualidad, y
hasta nos acercó al terminar al hotel de Yaroslav, en el que tomamos un pequeño
refrigerio a modo de pequeña cena, ya que nos esperaban varias horas de vuelo
hasta Valencia.
El bueno de Yaroslav, siempre tan atento y hospitalario, nos acompañó
después al aeropuerto y nos despedimos del mismo con el grande abrazo de siempre,
deseándonos lo mejor hasta el próximo encuentro.
En el aeropuerto, diminuto, hubimos de pasar nuevamente las maletas por el
escáner, pero no se efectuó facturación, porque se nos dijo que en Kiev
ya se había efectuado directa hasta Valencia (Por qué, entonces, hubimos de recogerlas y entregarlas de nuevo?), pasamos el control de pasaportes sin novedad y nos introdujimos en una sala de espera tercermundista, que se fue llenando de gente hasta que casi era imposible moverse. Muchos niños iban con sus padres, y por sus conversaciones dedujimos que eran descendientes de ucranianos residentes en España, principalmente Valencia, que retornaban después de las vacaciones de Pascua.
ya se había efectuado directa hasta Valencia (Por qué, entonces, hubimos de recogerlas y entregarlas de nuevo?), pasamos el control de pasaportes sin novedad y nos introdujimos en una sala de espera tercermundista, que se fue llenando de gente hasta que casi era imposible moverse. Muchos niños iban con sus padres, y por sus conversaciones dedujimos que eran descendientes de ucranianos residentes en España, principalmente Valencia, que retornaban después de las vacaciones de Pascua.
Cuando por fin se abrió la salida hacia el autobús que había de llevarnos
hasta el avión situado a unos 200 metros del edificio, un tropel de madres e
hijos se amontonó junto al mostrador de control. Pero al
parecer el ordenador no funcionaba, así que hubo que esperar a que se arreglara (¡y no había otro!) y se pudiera salir. Hubo que ordenar un poco que los menores pasaran delante con sus padres, y la gente se movió en tropel, como si se tratara de un tranvía que podía escaparse.
parecer el ordenador no funcionaba, así que hubo que esperar a que se arreglara (¡y no había otro!) y se pudiera salir. Hubo que ordenar un poco que los menores pasaran delante con sus padres, y la gente se movió en tropel, como si se tratara de un tranvía que podía escaparse.
Todo tercermundista.
Es un aeropuerto que precisa no mejoras sino un cambio o reconstrucción
total.
Ya en el avión, con el pasaje completo, los niños, más de un 20 por 100 del pasaje,
comenzaron a corretear unos, gritar otros, llorar algunos, hasta que una media
hora después del despegue, con las luces de cabina apagadas, se hizo la calma,
que duró unas dos horas y media, en trayecto meteorológicamente apacible, hasta
alcanzar Valencia.
Pero aun nos esperaba la última: En el control de pasaportes del aeropuerto valenciano había un solo
policía, y como la mayoría de viajeros era extranjera,
el control se hizo lento, y demoramos más de veinte minutos. Tan es así que las maletas ya habían dejado de rodar por la cinta transportadora de equipajes.
el control se hizo lento, y demoramos más de veinte minutos. Tan es así que las maletas ya habían dejado de rodar por la cinta transportadora de equipajes.
Pero al fin habíamos llegado, y en la puerta de acceso al hall ya estaba
nuestra hija Katia, con su pareja, Pau, esperándonos, para llevarnos a casa.
Eran casi las 2 de la madrugada.
En casa, abrimos mínimamente el equipaje y hallamos que una de las botellas
de cerveza que se nos había dado para nuestro yerno había rezumado y buena parte
de la ropa interior había quedado impregnada y perfumada de la buena cerveza
ucraniana.
ucraniana.
Signo predictivo de que nuestros vínculos con la amada Ucrania nunca nos
iban a abandonar.
Para terminar, un escueto comentario sobre Ucrania: No está peor que hace
un año. Sus gentes están animadas a seguir luchando, y la guerra del este ha
quedado relegada a un episodio de clanes capitalistas y mafiosos, según
comentan.
Yo opino que no tanto, sino que la nación trata de abstraerse de ese drama
que está matando a miles de sus jóvenes, y, tan acostumbrada como está al
sufrimiento, se sobrepone con la paciencia, la perseverancia y el trabajo
cotidiano.
¡Que Dios proteja Ucrania! ¡Slava Ukraïna!
Falta hace.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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