En estos días en los que va acortándose el tiempo de espera para el encuentro fraternal que el próximo 8 de junio vamos a tener el privilegio de darnos unos cuantos compañeros de los que hace cincuenta años pisamos –y honramos— las tierras de Montejaque y de Ronda, y por ende de Andalucía, sigo pensando, como impenitente viajero que soy, en los “caminos andaluces” a Montejaque, aquellos que, mal que bien, ya recorrimos los de procedencia valenciana, cuando en los añorados años de la década de los sesenta, tuvimos la “suerte” (al menos así lo considera quien esto escribe) de estar, vivir y sufrir las experiencias inolvidables en las bellas tierras de la serranía de Ronda.
A nuestro campamento, “nuestro” Montejaque rondeño, acudían los compañeros desde Murcia y desde toda Andalucía, y, claro es, los murcianos seguían la ruta de los valencianos, pero los andaluces provenían
“de acá” y “de acullá”, desde Huelva, Sevilla y Cádiz, Málaga también,
hasta los originarios de Jaén, Córdoba, Granada y Almería.
¡Todos los caminos llevaban hasta
Ronda y Montejaque!
La verdad es que los sevillanos y
los gaditanos no sufrían rutas y caminos demasiado arduos, porque solamente un centenar largo de kilómetros mediaba entre sus residencias y el destino de su
“polvo, sudor y hierro” de las Milicias.
Desde Sevilla la ruta era, y es,
bastante cómoda, pues bien se optara por circular vía Utrera, bien llegando
hasta Xerez, se desembocaba en Algodonales, en lo que hoy es la carretera A-384
(la de Xerez a Antequera) y allí se tomaba la A-374 que zigzagueaba ya por la
serranía de Ronda hasta las cercanías de Benoaján y a espaldas de la sierra de Grazalema, para
llegar a la propia entrada del campamento militar.
Quienes accedían desde Cádiz
también quedaban relativamente cerca, porque llegaban a Xerez por la que hoy se
denomina A-381 (la autopista A-4 se construyó después), y en alcanzando la
ciudad de los vinos y los caballos, ya tomaban la A-384 en dirección a Arcos de
la Frontera, y bordeando el pantano de Bornos, alcanzar Villamartín y en Algodonales derivar ya hacia el valle de nuestra entonces "residencia".
No difícil ni más larga era la ruta
de la gente malagueña, porque se desplazaba por la costa hasta San Pedro de
Alcántara (entonces ya Torremolinos y Marbella eran emporios turísticos), y
allí se iniciaba la ascensión, casi slalom, por la hoy carretera A-397, con más
curvas que kilómetros, que por zonas en las que se esperaba alternar con Curro
Jiménez y sus bandoleros, alcanzaba la ciudad del Tajo.
Algo
más lejos quedaban, y quedan, Montejaque y Ronda, respecto de Córdoba y
Granada, porque desde la ciudad de los califas era preciso llegar por Lucena
hasta Antequera y, una vez allí, tomar la ruta hacia Xerez, la repetida A-384, hasta, por Campillos y Cuevas del Becerro, llegar a la ciudad de Pedro Romero.
Y desde Granada la distancia y la
ruta eran similares, si bien actualmente la A-92, autopista que el poder
socialista regaló a Andalucía con motivo de la Expo de ese año, facilita la
llegada hasta la altura de Antequera, en cuyas cercanías esa esencial A-384
conduce a Campillos y Ronda.
Lo lacerante para los valencianos y murcianos era que los andaluces estaban a más/menos dos horas de sus hogares, y ellos solamente podían desplazarse para estar con los suyos en dos ocasiones (con la Jura de bandera, en Julio; y al finalizar el campamento), lo cual constituía ciertamente un “agravio comparativo” con quienes prácticamente cada fin de semana iban a sus casitas, estaban con sus novias, y volvían con la ropa limpia y el espíritu renovado.
“Viaje a la memoria”, sin duda,
ahora que desde Valencia a Sevilla hay un AVE que en menos de cuatro horas
sitúa cómodamente en Andalucía, y que las carreteras son vías de buena calidad.
Pero lo que no se borra en este
agradable y en ocasiones agridulce batiburrillo de recuerdos (aquellos que la edad no nos permite ya vivir como lo vivimos, aunque recordamos más y mejor
lo que nos aconteció), es que, de aquí y de allá, de unas partes y de otras, acabamos fundiéndonos unos con otros en una convivencia armónica de estudiantes
y compañeros, en la que prevaleció la buena voluntad y el apoyo mutuo, tanto
que ahora, ¡cincuenta años más tarde! un grupo de aquellos que formamos las 4ª
y 1ª compañía, de la 1ª Agrupación del campamento de la IPS de Montejaque,
vamos a reunirnos de nuevo (cabellos blancos, si los hay; nietos cercanos;
emociones intactas) para junto a quien fue nuestro capitán, rememorar los días
de “meteoro”, “polvo, sudor y hierro”, “medianos”, exámenes “ de comedores”,
etcétera.
Porque si en algo no fallamos fue
en la táctica, ni en el tiro, ni en la topografía: Seguimos sabiendo
aproximarnos a ”nuestro” Montejaque, en el que hacemos –y volveremos a hacer-
diana, y donde bajo las encinas y el sol de Grazalema y los riachuelos
montejaqueños, aplicamos aquellas especiales enseñanzas de la vida, de la convivencia,
del compañerismo, del mando inteligente.
Que por algo, ¡caramba! nos ganamos una estrella de seis puntas que
enorgulleció a nuestras novias y a nuestras familias. Y por eso más de una
veintena de nuestros compañeros son para siempre “estrellas” en el firmamento
de nuestros recuerdos.
¡Es ahora todo tan entrañable y de
tan maravilloso recuerdo!
Caminos a Montejaque… Historias de
la vida… ¡Qué bellos son estos “viajes a la memoria”! ¡Son nuestra propia
vida, y nos aferramos a ella!
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
I encara has obviat, benvolgut Àngel, la dosi diària de "bromuro", en aquella ració d'aigua bruta que era el "café"matinal...A més dels epítets de "maldito", amb què ens obsequiaven els veterans, amb l'afegitó de "volveràs"...
ResponderEliminarTot allò, però, ho suportàrem amb dignitat i aguant...segurament perquè érem 50 anys (!) nés joves. I encara ens ha quedat "valor" per tornar al lloc d' "autos", al cap de mig segle, per la qual cosa alguns donem gràcies a Déu.
Una salutació.
Marc