Después de
pernoctar en el Zajadz Polonez de Tuczempy, solamente unos 30 kilómetros nos
separaban de la frontera
polaco-ucraniana, de Krakovets, y después de un correcto desayuno, emprendimos
la marcha por la carretera, medio en obras para la autopista, que conduce al
paso fronterizo.
En la parte
polaca nos sorprendimos de que hubiera solamente seis o siete coches para el
trámite, si bien hubimos de sufrir las inconveniencias de un policía polaco,
que se empeñó en imponernos una multa de 20 Euros, porque a su decir, habíamos
superado en un metro la señal de “Stop” que demarcaba el acceso a la cabina de
control de pasaportes, e insistía en que se trataba de una “infracción muy
grave”, como era la de no respetar un “Stop”, cuando realmente no habíamos
hechos sino adelantar un poco nuestro vehículo para evitar el poderoso sol que
nos quemaba. El incidente se saldó mandando “a la porra”, con muchas sonrisas,
buenas maneras y excusas, al uniformado polaco, sin duda contagiado del hábito
de los policías de la otra parte, en cuanto a “rascar” dinero de los
extranjeros.
Se pasó el
control de pasaportes y la aduana polaca sin problema, y al llegar a las
dependencias fronterizas ucranianas, volvimos a sorprendernos de que solamente
una veintena de vehículos aguardara los trámites, por lo que en unos veinte
minutos despachamos lo que habitualmente era una gestión y una espera de más de
dos horas.
Eso sí, atendimos
al refrán español de “donde fueres haz lo que
vieres”, y en vez de esperar a
que los agentes del control de pasaportes y vehículos se acercaran al nuestro
para pedirnos la documentación, como vimos que la mayoría de ucranianos se
acercaban a las garitas y formaban cola, hicimos lo mismo (mejor dicho, lo hizo
mi esposa, que además de preclara doctora es ducha en estos menesteres) y así
ahorramos más de un cuarto de hora.
Y sí; en una
media hora habíamos superado esa pesadilla que constituye siempre la frontera
polaco-ucraniana, y más por Krakovets, y nos adentramos en la carretera que se
dirige a Lviv, que comprobamos había sido reasfaltada a la europea, de manera
que en vez de millares de agujeros solamente quedaba alguno, aunque seguían
existiendo las rectas interminables con raya continua, que muchos vehículos de matrícula
ucraniana se saltaban impunemente, aunque la aviesa policía de carreteras
ucraniana (la denostada DAI, que roba y se deja sobornar más que vigilar el
tráfico) estaba al acecho para cazar a los infractores, controlando además la
velocidad con unos radares manuales que parece funcionan a ratos.
En ese trayecto
hacia Lviv, después de recargar la tarjeta de nuestro móvil “ucraniano”,
comprobamos que la gasolina 95 sin plomo se cobraba a unas 105 grivnas, equivalentes
a 1 Euro, lo que nos satisfizo después de recorrer Europa pagando la gasolina a
más de 1’60 €.
La circunvalación
de Lviv sigue siendo un galimatías, con escasa señalización y un tráfico
agobiante, y parece que pese a lo reciente de la celebración de la Eurocopa
2012 de fútbol, en Ucrania se sigue pensando que la conducción es para listos.
Ya en la M-6, que
es la carretera estatal E-40 de Ucrania, que va desde la frontera de Chop (con
Hungría) hasta Kiev, el pavimento siguió siendo bueno, en comparación con el
que antaño habíamos sufrido, y por eso prosperamos en nuestro viaje, bien que
procurando no sobrepasar lo 90 km/h., que es la velocidad máxima permitida,
para evitar a los “sabuesos del radar”, escondidos detrás de cualquier
arboleda.
Al llegar a
Rivne, volvimos a sufrir en la circunvalación un “barranco”, con más agujeros (“pot
holes”, en inglés) que dicen es la carretera nacional, y como salimos indemnes
del riesgo, sin pinchazos ni roturas –casi milagro— pudimos continuar por
Novograd Volynsky hasta Zhytomyr, capital de oblast que ya nos anunció la distancia
de 131 kilómetros hasta Kiev.
Fue necesaria detenerse
un rato para comer algo, ya eran la cinco de la tarde, y en un típico
restaurante ucraniano, más lento en el servicio que una tortuga reumática sin
patas, pudimos comer unos varenycky y una especie de lomo de cerdo, con dos
buenas cervezas ucranianas.
El salto hasta
Kiev se antojaba fácil, a no ser porque en el límite de
cada oblast o provincia
todavía subsisten los antiguos controles de carretera de la DAI, en los que siempre
hay varios agentes con el radar en ristre, y con las barreras, si bien
abiertas, dispuestas acerrar el tráfico en cualquier momento, además de imponerse
(a mitad de unas grandes rectas) la limitación de velocidad a 50 km/h.
Pero, en fin,
llegamos a los aledaños de Kiev y nos hallamos con el caos que originaba el
asfaltado masivo de la carretera en su acceso a la capital, que nos obligó a
buscar rutas alternativas para seguir a nuestro destino en Vyshhorod, donde
llegamos sobre las ocho de la tarde sin especial cansancio.
Por fin habíamos
realizado un viaje cruzando Ucrania con una relativa comodidad.
A la llegada a
nuestra casa, nos hallamos con que nuestro hijo Andrey, avispado contratista de
obras, nos deparaba la sorpresa de haber remodelado completamente el piso,
derribando tabiques, confiriendo nueva distribución, configurando de forma
magnífica los servicios sanitarios, con una cabina de jacuzzi propia de casa
lujosa, con mobiliario nuevo, etcétera.
A fe que,
sorprendidos (aunque algo sabíamos del cambio), brindamos muy gustosos con unas
buenas cervezas y un vodka ucraniano, para retirarnos a descansar.
¡Ya habíamos
cumplido la mitad de nuestro proyectado viaje! ¡3.890 kilómetros estaban
registrados en nuestro coche!
…
En Kiev proyectábamos
permanecer solamente cuatro días, por lo que hubo movilización general de
nuestros buenos amigos, y así, además de las visitas de cumplimiento de las
vecinas más allegadas, las buenas amigas ucranianas organizaron en la “dacha” o
chalet
(magnífico, por cierto) de una de ellas, un encuentro, en el que, como
siempre, el afecto se desbordó, inquiriendo detalles sobre la vida en España,
la situación laboral y profesional, perspectivas de futuro, etcétera, a la par
que cse comentaba eñ desastre político en Ucrania, con un presidente
totalitario y corrupto, un funcionariado maltrabajador y corrompido y un coste
de vida cada vez más alto.
En lo referente a
comidas, la mesa se adornó de diversas ensaladas (de verduras, de col, de
pollo), carnes de cerdo a la brasa, y un delicioso pescado similar al salmón
también preparado a la brasa, siendo la gran sorpresa que la anfitriona, la
profesora Ludmyla, nos presento una “paella ucraniana”, en recipiente similar,
marisco y un arroz cocinado de manera bastante razonable para las críticas de
valencianos como nosotros.
Las mujeres
disfrutaron de un largo baño en la piscina de la dacha y, tras la marcha de las
residentes en Kiev, quedamos en el chalet para pernoctar, no sin cierto calor,
porque la temperatura había subido.
Cuando el siguiente
día nos reunimos para el desayuno (que en Ucrania acostumbre a ser tan
abundante que prácticamente se prescinde de la comida), una placentera
sensación de descanso nos invadía.
De regreso a Kiev
entramos a una nueva cadena de supermercados (”Novus”, de nombre), bien surtida
y con bastantes artículos de importación, pero con los precios situados en la
estratosfera, ya que un brick de leche costaba más que en España, los zumos de
frutas también; la carne tenía precios por el estilo, y en general todo había
subido más de un 40% respecto de nuestra anterior visita.
Nos proveímos de
vodka para llevar a España y también compramos el delicioso caviar rojo de la
isla de Shajalin (Rusia en el Océano Pacífico), más algunos bombones y
chocolates.
Ese mismo dóa,
por la noche, hubimos de reunirnos a cenar en un típico restaurante ucraniano
(no recuerdo el nombre) en la calle Saksaganskogo, de Kiev, porque nuestros
amigos Tanya y Gleb --joven matrimonio, ella hija de una vecina de Vyshhorod— se
habían empeñado en agasajarnos, un poco en devolución de lo que decían habían
sido nuestras atenciones. Y así, comimos de todos los productos típicos del
país, regándolos con buen vodka, que corrió en abundancia.
De esta manera,
entre unas y otras vivencias, llegó el día de la partida, y, a primera hora de
la mañana, emprendimos el retorno a la frontera de Krakovets, que hubiera sido
normal y sin especiales incidencias, de no ser porque a la altura de Novograd
Volynsky nos detuvo un agente de la DAI, diciéndonos que en zona poblada (que
ni se vislumbraba, y sin señalización limitativa alguna) habíamos sobrepasado
en 20 kilómetros el límite de 70 km/hora, que según él era el obligado.
Mientras el
avispado agente revisaba nuestra documentación (toda ella española, incluida la
del coche) otros vehículos circulaban a mucha más velocidad y los otros agentes
permanecían impasibles, por lo que mi ilustre esposa, revolviendo sus
antecedentes ucranianos, le plantó cara diciéndole que se aprovechaba para “cazar”
a extranjeros, y que no tenía ninguna razón, lo que achantó al policía, quien
se refugió en que mandaría la multa a la frontera y allí nos la cobrarían,
soberana tontería,
porque sin tomar nota de nada nos retornó los papeles.
¿Cómo se puede
esperar que la policía ucraniana sea honesta si sus jefes y los políticos lo
único que hacen y saben es admitir sobornos y sorprender a los ciudadanos?
En fin, llegamos
a la frontera de Krakovets y de nuevo nos sorprendimos de los escasos vehículos que
pretendían salir hacia Polonia (era domingo, y a las 5 de la tarde), y en una
media hora ya entrabamos en el país de Chopin, si bien comprobamos que la cola
para acceder a Ucrania alcanzaba más de cinco kilómetros. ¡De la que nos
habíamos librado!
Retornamos a
nuestra “posada” Zajazd Polonez, todavía con buen sol, y nos permitimos el
placer de tomar unas cervezas hasta la hora de la cena, que gozamos al aire
libre, para retirarnos no demasiado tarde a descansar.
Que el siguiente
día nos esperaba viaje por toda Polonia, y eso era un incógnita.
De todas maneras,
habíamos cumplido nuestro objetivo de pisar nuestra querida Ucrania, convivir
con familiares y amigos y volver a sentir esa especial atracción, esos
efluvios, que manan de la querida tierra ucraniana.
SALVADOR DE PEDRO
BUENDÍA
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