Manzaneda es
un municipio español perteneciente a la provincia de Orense, en la Comunidad Autónoma de Galicia. Está
situado a 80 kilómetros al este de la ciudad de Orense, en la Comarca de Tierra
de Trives. Limita al norte con Puebla de Trives, al este con El Bollo, al sur
con Villariño de Conso y al oeste con Chandreja de Queija. Destaca el pico
"Cabeza de Manzaneda", segundo punto más alto de Galicia, con más de
1778 metros de altitud.
Datos
demográficos: Población en 2006: 1.098 personas según el Padrón
municipal de habitantes 1.150 en 2004).
Porta |
En la
Edad Media, Manzaneda tenía una fortaleza, de la que quedan
restos. Al interior se accedía por la Porta de la Vila, hoy símbolo del
municipio. En el casco antiguo se encuentra la Cárcel, edificio destinado para
tal fin por el Conde de Ribadavia. En aquellos años las calles que se
construían eran realmente estrechas y en algunos casos debido a la cercanía de
los edificios tenían que abrirse pasadizos como El Callejón que se mantiene en
la zona vieja.
El río Bibei
marca la frontera noroeste del municipio. En sus gargantas se cultiva la vid,
de la que se obtienen extraordinarios vinos como los de Requián, Quinta y
Valderrodrigo.
Otros puntos a destacar son los “curros”, construcciones a modo de rediles ubicados en la sierra,
donde los pastores y rebaños pasan todo el verano aprovechando los pastos de
altura.
El Castaño de
Pombariños es un árbol milenario con más de doce metros de perímetro, y es
uno de los más viejos de Galicia y ha sido declarado Monumento Natural, Se encuentra
en el souto (bosque de castaños) de Rozavales, parroquia de Manzaneda.
Y especialmente destaca el Pazo da Pena, interesante muestra de arquitectura civil, cuyo
nombre se debe a que está parcialmente construido sobre una gran roca. Sobre
ella se apoya la solana, en la cara este del edificio.
Desde su construcción, a comienzos del siglo XVIII, el
Pazo constituyó un punto de especial importancia social, económica y productiva
e la zona, al tiempo que una de las muestras de arquitectura civil más
significativas. Así, sus paredes están llenas de historia y permiten dar una
ojeada al pasado y poner en valor la tradición cultural, patrimonial y rural de
Galicia y de la zona.
Después de años en desuso, el Pazo fue sometido a una
completa y cuidadosa rehabilitación que ha tenido como resultado una
edificación totalmente singular, que conjuga calidad y confort.
El Pazo cuenta con 700 metros cuadrados de zonas
comunes: biblioteca, salones, sala de lectura, salón con chimenea… sin olvidar
la tradicional lareira, para disfrutar de momentos entrañables frente al fuego.
Todas las estancias fueron rehabilitadas respetando su
uso original, conservándose un gran número de objetos y muebles de época.
Alrededor de la edificación, la propiedad cuenta con
una finca de más de diez hectáreas, dedicada a zonas de recreo, jardín, bosque
de castaños y cultivo ecológico, y están montadas exposiciones etnográficas en
edificaciones anexas al Pazo, que representan los oficios tradicionales
desarrollados antiguamente: la agricultura, la carpintería, la elaboración de
vino o el tejido.
…
Descansar
en el Pazo da Pena fue un placer desde el primer momento, porque a la calma de
la habitación denominada “A vendimia”, sobre el portón de acceso principal, con
balcón para admirar la naturaleza, se unió la perfecta disposición de la
dependencia, con camas amplias y muy cómodas, lencería suave y de gran calidad,
techos de madera y confortable cuarto de baño, con accesorios modernos y de
estilo.
En
cuanto descendimos al comedor, la solícita Isabel nos preparó un buffet para el desayuno (había en ese día también otros huéspedes) que colmó nuestro apetito
matinal, y después nos orientó sobre cómo y a dónde dirigir nuestros pasos para
una primera toma de contacto con la localidad y su zona.
El
problema surgió cuando decidimos bajar las cuestas algo empinadas desde el sitio de Rozavales hasta el núcleo
principal de la población, porque ya la mentada Isabel nos había advertido que
con el calor imperante la subida podía resultar ardua.
Quien
esto escribe despreció la advertencia ("para las cuestas arriba quiero mi burro, que las cuestas abajo yo me las subo") y simplemente se dotó de
un bastón de
caminante, que ni hizo falta en el descenso, ni en la visita a la villa, pero
que se reveló inútil cuando hubo que acometer los kilómetros de subida,
máxime cuando el calor apretaba y las rodillas y tobillos no eran precisamente
los de un caminante asiduo.
Calle Medio Manzaneda |
Así
que a esfuerzos y parones, el cronista pudo acceder al fin a lo alto del barrio
de San Martiño, y en la puerta de la ermita que allí se halla, aprovechar el
banco de una parada de autobús para sofocar la disnea y secar los sudores.
Menos
mal que apareció un anciano sacerdote que iba a oficiar un bautizo allí y dio conversación
y además de la distracción ofreció mostrar la iglesita, con tallas e imágenes
de buena apariencia e indudable
antigüedad.
Ese
mismo sacerdote informó que en ese domingo había una fiesta en Cabeza de Manzaneda, la estación de
invierno que se halla sobre la villa, a unos 11 kilómetros y a una altitud de
más de 1.700 metros. Y allí fuimos, notando un fresco casi insultante, al
recordar lo que habíamos dejado en nuestra Valencia.
Castro Caldelas |
Y
había llegado la hora de comer, pero en la villa de Manzaneda no se halló, por
desconocimiento, lugar adecuado, por lo que emprendimos por la carretera
OU-536, en dirección a Ourense, una búsqueda de
restaurantes, fallida en todos los casos porque estaban cerrados.
Al fin en Castro Caldelas hallamos el restaurante “Caldelas Sacra”, en el que gozamos con un buen caldo gallego y una sabrosa merluza a la gallega. Delicioso y bien servido.
Al fin en Castro Caldelas hallamos el restaurante “Caldelas Sacra”, en el que gozamos con un buen caldo gallego y una sabrosa merluza a la gallega. Delicioso y bien servido.
Al
regresar de nuevo al Pazo, dimos un paseo y nos sentamos en una de las terrazas
cuando ya se acercaba el ocaso. Frescor delicioso, gorjeo de pájaros, murmullos
de agua del manantial cercano. Y paz, mucha paz.
Ciertamente
el Pazo da Pena estaba comenzando a brindarnos el descanso físico y mental que precisábamos.
Esta Galicia
era diferente de la que conocíamos, pero seguía ofreciendo su embrujo y su
atractivo.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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