Recorriendo la obra de César Manrique: Los Jameos del Agua, la Cueva de
los Verdes, el Mirador del Río; y descubriendo peculiares restaurantes, como
los Tele-Clubes de Lanzarote
El cuarto día de estancia en la
isla exigía sumergirse en el conocimiento de la obra diseñadora, arquitectónica
y conservadora del genial lanzaroteño César Manrique (invito a seguir su
biografía en Internet).
Porque decir Lanzarote es decir
César Manrique y viceversa.
Decidimos efectuar la primera
visita a los Jameos del Agua, en le zona nordeste de la isla, a cuyo fin nos
desplazamos por la Lz-20 hasta las cercanías de Arrecife (la capital) y en la
circunvalación tomamos la autovía Lz-10 que sigue hasta Tahiche y
prospera hacia el norte llegando hasta Arrieta, para desviar por la Lz-1 en dirección a Órzola, y sobrepasada Punta Mujeres se llega a los Jameos del Agua.
prospera hacia el norte llegando hasta Arrieta, para desviar por la Lz-1 en dirección a Órzola, y sobrepasada Punta Mujeres se llega a los Jameos del Agua.
Esta atracción (por llamarla de
alguna manera, ya que es una obra colosal) es algo sorprendente, porque se ha aprovechado unas oquedades
volcánicas en las que había unos lagos para construir una estructura adaptada
al interior del volcán, con jardines de cactus, iluminaciones que producen
contrastes bellísimos, y hasta dotar de servicios de restauración.
Hay tres lagos a diferentes
niveles (junto al segundo un gran auditorio) y el visitante se siente en el
mundo casi irreal del interior del volcán o de la estructura volcánica, con
esas rocas de lava, esos materiales que parecen repelar cualquier forma de
vida, mientras en el primero de los lagos se aprecian los diminutos cangrejos
blancos —ciegos, porque vivían en la oscuridad—y sobre cuya aguas se
refleja los arcos del techo de la cueva.
Después de sobrepasar el segundo
espacio acuático, cuando se alcanza el tercero, se comprueba que se ha accedido
a nivel de superficie, pero el lago está al aire libre, rodeado, como todo, por
bellas plantas de cactus.
El segundo atractivo es la
llamada “Cueva de los Verdes” (según se nos explicó debe su denominación a que
ese adjetivo era el apellido de los propietarios), cuya espelunca se utilizó en
tiempos pasados para que las poblaciones cercanas se refugiaran de las
invasiones piratas provenientes de África.
La cueva constituye una especie
de tubo (del que era continuidad el actual Jameos del Agua), por el que
evacuaban al cercano mar, primero las lavas, y luego las aguas del volcán de la Corona, del que
forma parte.
La cueva se ha iluminado
convenientemente y se han habilitado escalera y pasadizos (a veces de acceso
dificultoso y poca altura) que permiten contemplar figuras sugestivas y
especialmente sentirse en el interior de un volcán, en el que la vida parece
estar ausente. Con un guía bilingüe, atento y versado en la materia.
Esta cueva es aparentemente menos
atractiva pero debe ser visitada.
Y tras sumergirnos en las
profundidades del volcán, respirando ya en la superficie el oxigenado aire lanzaroteño,
por las carreteras Lz-201 y 203 llegamos al Mirador del Río, situado en la
punta más al norte de la isla, frente a Isla Graciosa, de la que el risco de
casi quinientos metros de altura queda separado por un canal (“el río”).
En esa punta César Manrique ideó,
atravesando la montaña, una amplia sala en la que hay instalada una ca
fetería y en su exterior un amplio mirador que permite vislumbrar las tres islas situadas en la cercanía, especialmente Isla Graciosa, con sus poblaciones de pescadores y pequeños puertecillos. No puede olvidarse la enorme riqueza piscícola de la zona.
fetería y en su exterior un amplio mirador que permite vislumbrar las tres islas situadas en la cercanía, especialmente Isla Graciosa, con sus poblaciones de pescadores y pequeños puertecillos. No puede olvidarse la enorme riqueza piscícola de la zona.
A la izquierda del mirador, toda la
zona montañosa situada sobre la Caleta de Tamara, que es la más alta de
Lanzarote, rondando los setecientos metros, y que es otra preciosa vista.
Tuvimos la mala suerte de que el
día estaba absorbido por la calima africana y el viento era fresco y desagradable,
lo que limitó nuestro paseo y nos indujo a retirarnos y a surcar la montaña hasta Haría, y
descender con bonitas perspectivas hasta Arrieta, típica localidad costera junto a la de Punta de Mujeres, que ofrecen otros bellos panoramas, aunque lo grisáceo del día no invitaba a demasiadas actividades al aire libre.
Así que optamos por curiosear sobre otro de los atractivos que se nos habían anunciado, y era la restauración casera que se daba en los llamados “Tele-Clubes”, que no eran sino las Casas de la Cultura que en la mayoría de poblaciones existían, reminiscencia de aquellos “tele-Clubes” que antes de los años setenta se establecieron por toda España, en torno a un televisor, y que congregaba a los pobladores para “ver la tele”.
Nos dirigimos a Tao, población en
el centro de la isla, entre Mozaga y Tiagua, pues nuestra anfitriona de la casa
en que morábamos nos había recomendado las excelencias del establecimiento.
Y a fe que fue cierto, pues
hallamos una amplia sala-restaurante, con una barra de bar bien dispuesta, y se
nos dio pronto acomodo por quien parecía regentar el sitio, recitándonos una
amplísima lista de platos que integraban el menú.
Nos inclinamos por elegir unas
sopas de marisco y pescado, que estaban deliciosas, pedir cabrito frito de
Lanzarote (una enorme bandeja con unas sabrosas carnes) y pescado a la plancha,
que resultó ser un bocinegro delicioso. Una mousse de gofio cerró la magnífica
comida, cuyo precio, inferior a 12 Euros por persona (bebidas incluidas) nos
llamó tanto la atención que decidimos repetir.
No nos olvidábamos que el
siguiente día era Nochebuena, y decidimos celebrarla en parejita en nuestra casa, mas para ello nos proveímos en
el supermercado de Tinajo de buenos vinos de Lanzarote, y especialmente
compramos un espectacular trozo de atún (que se nos dijo abundaba en la isla de
La Palma) y hasta un choco (sepia) fresquísimo.
Antes de irnos para casa, aún nos
acercamos hasta La Santa, población cercana a Tinajo y Muñique, cuyas pocas
calles en torno a blancas casas recorrimos, llegándonos hasta el diminuto
puerto, en el que dos o trs barcas de pesca denotaban que ese era uno de los
puntos de entrada del pescado que disfrutábamos.
Se agotaba el día, por lo que
retornamos a la casa de nuestros sosiegos, en la que charlamos un rato con la
propietaria (que el día siguiente partía de viaje a la península con sus hijos,
un chavalín de 10 años y una niñita espabiladísima de 5 años) y más tarde con una
pariente suya, que nos completó informaciones sobre la zona.
En fin, otro día lanzaroteño lleno
de atractivos, de belleza y de nuevas sensaciones.
Estábamos en la isla solamente
cuatro días y nos parecía que ya éramos como moradores asiduos de ella, los llamados
“conejeros”.
Y esp que no se nos había explicado del todo el motivo y el origen del apelativo...
Y esp que no se nos había explicado del todo el motivo y el origen del apelativo...
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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