Después de descansar bien en el hotel Peñalabra, tras un desayuno bastante completo, emprendimos la ruta que, por la carretera autonómica CL-627, se dirige hacia el norte, bordeando el embalse de Requejada, hasta llegar a puerto de Piedrasluengas, en el límite de Cantabria, y en el mirador de dicho puerto nos detuvimos y nos maravillamos de la preciosa vista de los Picos de Europa en lontananza, coronado por una franja de niebla al estilo de un mar de nubes. Visión recomendable y que justifica de sobre las muchas curvas de la carretera.
En el descenso del
puerto, nos desviamos por la carretera CA-184, por Cabezón de Liébana, hasta
llegar a Potes.
El paisaje fue cambiando
de manera notable, porque la sequedad del terreno de Castilla fue reemplazada
por una verdor de variados colores y unh fresco que nos invitó a mantener
abiertas las ventanillas para aspirar el perfume de la hierba fresca y de los
robledales, hayedos y hasta eucaliptus.
La llegada a Potes fue como un retorno as la loca civilización, pues las calles estaban abarrotadas de gentes con pinta de turistas o de veraneantes, atascos de tráfico y sensación de que el turismo no sufría crisis.
Los Picos de Europa son un reducto natural de valor
incalculable por la variedad de su fauna y flora.
Los Picos de Europa son perfectamente visibles desde las costas
cántabras y asturianas si se dan buenas condiciones meteorológicas; se trata de
tres macizos perfectamente delimitados: el occidental o del Cornión, el central
o de Los Urrieles y el oriental o de Ándara. Los ríos, con su sin igual poder
transformador de este espacio natural, son elementos claves de referencia para
esta separación.
En el macizo Central se levantan entre otros, el Naranjo
de Bulnes o Pico Urriello (2519m), Peña Vieja (2613m)el
Llambrión (2642 m) y la Torre cerrado que con sus 5648 metros es la máxima
cumbre de Los Picos de Europa.
Los ríos que conforman este macizo son el Cares, que lo
separa del macizo occidental y el Duje que lo separa del oriental).
El desfiladero
de La Hermida es un conjunto de angostas gargantas del macizo de Ándara que
confluyen en la principal, formada por el cauce del río Deva, que discurre entre grandes paredes
casi verticales de roca caliza, algunas de más de
600 metros de altura. Sus 21 kilómetros de longitud hacen de este desfiladero el más largo de España. Un
área de 6350 hectáreas está
catalogadas como zona
de especial protección para las aves (ZEPA). Durante el siglo XIX el desfiladero fue concurrido
por viajeros, exploradores, montañeros, escaladores y cazadores británicos que lo tomaban para llegar
a Picos de Europa.
Ya en el acercamiento hacia la costa del Cantábrico, poco
antes de Llanes hicimos una corta parada para tomar un refrigerio, que
finalmente fue un sabroso bocadillo de lomo de cerdo, observando cómo los parroquianos
del bar en el que nos hallábamos degustaban sidra asturiana en grandes vasos
apenas llenos en su fondo, bebida que hubimos de prohibirnos, que por algo
había que conducir y nos faltaban muchos kilómetros de viaje.
La marcha se aceleró por la autovía, no demasiado
concurrida, por la que nos aproximamos a Galicia, no sin pena por dejar de lado
Villaviciosa, Gijón, Avilés, Cudillero y Luarca, hasta llegar a Ribadeo, límite
de Galicia, frontera de la Mariña lucense, que bien conocíamos ya, porque
habíamos vacacionado en ella unos años antes, cuando tuvimos el placer de
establecer nuestro “cuartel general” en Alfoz (zona de Mondoñedo), en el acogedor
“Hotel Rústico Casa Franco”, en el que sus dueños (José e Isabel) nos colmaron
de atenciones, y que aprovecho para recomendar al viajero que guste del confort
en la sencillez, bellos paisajes y mejor comida.
En la autovía, antes de Mondoñedo, apareció en los
luminosos el aviso de que habría un tramo cortado por causa de la niebla que invade
habitualmente las alturas, forzando el desvío por la carretera normal.
Por las ventanillas abiertas no iba entrando el perfume d
ela tierra y montañas gallegas, con los aromas de eucaliptus, abedules y toda
la rica flora de la región, hasta que llegamos a la A-6 (Madrid A Coruña), en
la que, al llegar a Guitiriz, nos desviamos por la N-634 en dirección a Santiago
de Compostela.
Para este viajero, el tramo de rua hasta llegar a las
cercanías de Labacolla (aeropuerto de Santiago) fue una continua sucesión de
emocionados recuerdos de los tiempos y hechos que en la zona había
experimentado veinte años atrás, cuando tuve la dicha de morar bastante
asiduamente en la ciudad de Compostela. Aquellos bosques, aquellos prados,
aquellos riachuelos, aquellos hostalitos en los que degustábamos las truchas
salvajes, el raxo, los callos gallegos (que, por cierto, son con garbanzos), el
caldiño galego, el pulpo a feira… Lembranzas inolvidables.
Cuando llegamos a las cercanías Santiago, mi orgullito de
viajero recibió un buen castigo, pues traté de seguir los itinerarios que
recordaba, pero ¡todo estaba cambiado! Las carreteras se habían trocado en
autopistas, los lugares eran otros. Al cabo de varias vueltas, me hallé, sin
darme cuenta, en las espaldas del Hotel de los Reyes Católicos, en la plaza del
Obradoiro. No tuve más remedio que usar el navegador que, poco a poco, me situó
en la ruta de salida de Santiago, por el Sur, la N-550 (De A Coruña a
Portugal), y por Milladoiro, Escravitude, Iría Flavia (recuerdo y tumba de
Camilo José Cela), el viaje llegó a Padrón, en el que no fue nada difícil salir
hacia el municipio de Dodro, en cuya parroquia de Lestrove sa hallaba nuestro
destino final del día: A Casa Antiga do Monte, que iba a ser
nuestra residencia en las siguientes jornadas vacacionales.
(De esta magnífica Casa comentaré en venideros capítulos,
porque merece la pena)
Después de acomodarnos en la espléndida habitación de la
primera planta, decidimos caminar hasta Padrón para picar algo, y como se nos
había dicho que estaba “a poco más de quince minutos, apenas un poco más de
un kilómetro”, emprendimos el paseo, aunque la artrosis de mi rodilla izquierda
quiso hacerse notar y entre dolores me obstaculizaba la marcha, hasta que por
fin recorrimos los casi dos kilómetros de ruta hasta las zonas urbanas de
padrón, la iglesia del Carmen y el paseo del Espolón, junto al río Sar.
(El pulpo a la gallega (en gallego polbo á feira) es un plato tradicional de Galicia y básico en su gastronomía, aunque su consumo se ha generalizado por toda España. Se trata de un plato festivo elaborado con pulpo cocido entero (generalmente en ollas de cobre) que está presente en las fiestas, ferias y romerías de Galicia, El Bierzo (León) y Sanabria (pulpo a la sanabresa) (Zamora); de ahí su nombre "á feira". La cocción se realiza tradicionalmente por las polbeiras (palabra que designa a las pulperas en gallego), suele servirse en la actualidad frecuentemente como tapa.
El popular “Pulpo a Feira”, estandarte de la gastronomía
gallega, en realidad no es un plato gallego sino maragato. Cuando en España se
descubrió que el pimentón servía para conservar la matanza, Galicia se
revolucionó y durante los meses estivales había una caravana continua de recuas
de arrieros maragatos que traían el milagroso conservante por la ruta de la
plata desde la lejana Extremadura, y con él, otro preciado tesoro, el aceite de
oliva.
Los maragatos adquirían casi de balde el pulpo
seco que los gallegos despreciaban y en su deambular lo rehidrataban y
mezclaban con el aceite de oliva y el pimentón extremeños con los que
comerciaban. Tiempo después, los gallegos empezaron a apreciar el invento y lo
incorporaron como condumio de sus fiestas, ferias y romerías, otorgándole la
denominación de «polbo á feira» o pulpo á feira.
El plato consiste en pulpo limpio de sus vísceras y que es
cocido entero durante algún tiempo (preferiblemente en una olla de cobre)
con el objeto de ablandar su carne, a veces es congelado unos días antes con el
objeto de ablandar el nervio, otras es golpeado varias veces contra una
superficie. Por regla general el "cocido" del pulpo se hace tres
veces, es decir se introduce en agua hirviendo durante escasos segundos y se
saca, así tres veces. A esta técnica se la denomina "asustar" y ayuda
a que conserve su piel una vez que esté cocido. Luego se deja cocinar en el
agua hirviendo durante una cantidad de tiempo determinada según el origen del
pulpo y su peso.
El pulpo bien cocido conserva todavía su piel, por esta
razón se le deja reposar al aire un cuarto de hora antes de ser servido. La
operación de cocido sobre ollas de cobre es tradicional que sea hecha por
mujeres al aire libre y que en lengua gallega se denominan polbeiras.
En algunos pueblos se asigna un domingo de cada mes para las pulperas, sobre
todo en la provincia de Orense, y ellas lo cocinan en la calle para la gente
que quiera degustarlo. En la actualidad se suele congelar pues está más blando.
Tras la cocción es cortado mediante unas tijeras en rodajas de un centímetro de
grosor aproximadamente; es servido espolvoreado con pimentón en su superficie. Dicho pimentón
es usualmente dulce pero también se lo mezcla con pimentón picante, pero nunca
ahumado. En algunas ocasiones, también se acompaña de patatas cocidas con piel
y presentadas enteras cortadas por la mitad (cachelo o cachelos en plural). En la
comarca de Sanabria es
tradicional servirlo acompañado de ajo.
Es frecuente verlo servido caliente, recién hervido, puestas las rodajas sobre
una tabla de
madera mientras sobre el montón se le rocía con abundante aceite de oliva (mediante el empleo de
una alcuza), pimentón, dulce o picante pero nunca ahumado ,
ya que desvirtúa el sabor del pulpo y se vierten algunos granos de sal gorda.
Es frecuente que se sirva acompañado
de diversos palillos para
que los asistentes puedan asignarse las rodajas de pulpo y servirse de ellas a
modo de tenedor. Suelen servirse con el pulpo
diferentes vinos tintos)
Pero…había que volver, y mi rodilla no presagiaba nada
bueno, por lo que conseguimos un taxi que nos acerco a la Casa, por un coste
más que módico, en la que, poco después de llegar, ya disfrutábamos del confort
de una muy buena habitación, con las vistas a los bosques y al bello y verde
jardín que nos rodeaba, y con aromas de verdor, que se apagaron cuando por el
frescor de la noche (unos quince grados ¡en pleno agosto! Hubimos de cerrar las
puertas delos balcones.
Los sueños debieron ser muy felices porque ningún
recuerdo de ellos nos quedó.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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