THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA

THE MONUMENT VALLEY, ARIZONA, USA
La magnificencia del paisaje en The Monument Valley, la belleza del entorno, las reminiscencias de un pasado de tantos y tantos viajeros que cruzaron el Far West, protagonizando aventuras míticas entre las tribus indias y buscando un futuro mejor...Y al igual que esa ruta invita a seguir hasta más allá del horizonte, hasta el infinito, el Monument Valley, suscitando mil experiencias viajeras y recuerdos, se convierte en el icono de este blog que pretende rememorar las emociones y experiencias del conocimiento de nuevas tierras, nuevas culturas y nuevas gentes. Sin descartar que invada la nostalgia evocando vivencias personales de épocas ya pasadas pero nunca olvidadas.

martes, 7 de abril de 2015

PASCUA EN UCRANIA: Impresiones y experiencias de un país en guerra que aún conserva su pulso vital.- I.- El viaje y la llegada a una ciudad en calma

He de confesar que me sentí algo decepcionado cuando me llegó la noticia de que la compañía Wizz Air Ukraine, filial de la húngara del mismo nombre, iba a reducir, prácticamente eliminar, sus vuelos a Ucrania.

Acudí al web site de Wizz Air y comprobé que efectivamente se anunciaba un cese de operaciones con el país del Dniéper a partir del 20 de Abril, lo que se trataba de justificar con la inestabilidad de la situación ucraniana, las consecuencias de la próxima entrada en vigor de una nueva regulación europea del transporte aéreo y  la volatilidad de la moneda del país, la hryvnia.

Sin embargo, no pude evitar un suspiro de alivio cuando hallé que los días del mes abrileño en que había reservado mis vuelos de ida y vuelta estaban comprendidos en el tiempo en el que se realizarían las últimas operaciones por la citada compañía.

Se dirá el lector, no sin bastante razón, que cuál era la causa de mi desazón, cuando es conocido que hay otras compañías que vuelan a Ucrania y más concretamente a Kiev.

Pues el motivo de mi contrariedad no era otro que, además de la baratura de los vuelos de Wizz Air Ukraine y su más que aceptable calidad, se venía ofreciendo dos veces por semana la conexión directa entre Valencia -mi residencia habitual- y Kiev; y esa indudable ventaja del vuelo directo iba a esfumarse pronto.

Pero confirmado finalmente que iba a ser posible el desplazamiento sin escalas, acometí con mi esposa la siempre complicada tarea de preparar el viaje a nuestra casa ucraniana, en la que nos esperaba nuestro hijo, cuya esposa acababa de alumbrar una pequeñita, nuestra novena nieta.

Y eso era así porque había que comprimir en las maletas tanto pañales y ropita para recién nacida, geles y jabones de baño y otras cosas por el estilo, más las consabidas latas de mejillones en escabeche, aceite de oliva virgen,  como también jamón envasado al vacío y vino valenciano y español. La suerte era que en este vuelo se permitía un peso por maleta de 32 kilogramos, lo que nos permitió  introducir algo de ropa propia y hasta el ordenador portátil desde el que escribo este relato.
Ahora bien, que nadie piense que el viaje era e iba a ser plácido, porque, para comenzar, el vuelo procedente de Kiev llegaba al aeropuerto de Valencia pasadas las diez de la noche, y, tras dejar su pasaje, aún había de recogernos y regresar.

Eran las once de la noche cuando despegaba nuestro Airbus 320 rumbo a Kiev Zhulany (aeropuerto casi en el centro de la ciudad) y no se esperaba la llegada al destino hasta cuatro horas después.

La aeronave era como todas las de su clase, cómoda, pero con las filas de asientos bastante ajustadas, de manera que noté ya de inicio que mi artrosis de rodilla izquierda iba a hacerme sufrir por el mucho tiempo sin poder moverme con comodidad.

Tuvimos mi esposa y yo mismo la suerte de que en el aeropuerto valenciano nos encontramos con una buena amiga ucraniana, Antonina, residente en Mutxamel, cerca de Alicante, quien durante mucho tiempo había presidido una asociación de ucranianos de la zona, y con quien habíamos mantenido unas excelentes relaciones de amistad.

Esta inteligente y sociable mujer, prototipo de la madura mujer ucraniana, prudente e amena, sirvió para que en el vuelo mi esposa tuviera muchos motivos de charla, a los que me sumé para explicar algo de la ruta y conversar sobre consejos culinarios españoles.

La ruta del vuelo estaba marcada por el seguimiento de la costa mediterránea española hasta el golfo de Roses, en Girona, para cruzar el golfo de Lyon sobre el mar y sobrepasar Marsella y Génova, superando el norte de Italia a la altura de Venecia. Desde allí, sobre Lubljana en Eslovenia y cruzando Hungría, el vuelo entró en Ucrania sobre los Cárpatos, en las alturas de Xhust, para por medio de Ternopil alcanzar Zhytomir  e iniciar el descenso hacia Kiev.

Afortunadamente, el viento de cola hizo arribar al destino casi veinte minutos antes de lo previsto, lo que permitió mover algo más mi algo enquistada rodilla, pero eran ya a las 3’35 horas de la madrugada (en Ucrania rige una hora más que en España), y asomaban ciertos síntomas de cansancio.

El aeropuerto de Kiev-Zhulany se halla enclavado entre zonas urbanas de Kiev, lo que le hace más próximo a los destinos, y ha sido remozado adecuadamente, hasta convertirlo en una instalación cómoda, en la que el control de pasaportes (muy agilizado, por cierto) se hace rápido, y prácticamente no hay control aduanero, o al menos no lo parece, por la facilidad con que sobrepasamos la “línea verde” a la salida.
Eran ya casi las cuatro de la madrugada cuando, recogidos los equipajes, abrazamos a nuestro hijo, que pacientemente estaba esperando más de una hora en la madrugada, y nos dirigimos por un Kiev semidesierto hasta nuestro destino en Vyshgorod, ciudad a unos 14 kilómetros hacia el norte, comprobando que algo había mejorado en la iluminación nocturna y que ni el menor síntoma se apreciaba de la existencia del conflicto armado en el este de la nación, pues ni patrullas ni nada por el estilo avistamos.
En llegando a casa, un té verde reparador y unos croissants acompañaron la corta conversación, porque llegamos al lecho ya después de las cinco horas, cuando la luz del alba introducía el nuevo día.

El sueño fue reparador, pero bien corto, ya que a las diez de la mañana (los hábitos diarios siempre dominan) estábamos desayunando a la espera de partir para encontrarnos en Kiev con nuestro sobrino Alexandr (Sasha), que vive en Karelia, Rusia, (de quien ya he hablado en otras crónicas), y que había demorado su regreso a San Petersburgo para reunirse con nosotros.

De esta guisa, sobre la una de la tarde le recogimos en el hotel Tourist, un "tres estrellas" algo vetusto pero funcional, situado al este de Kiev, en la otra orilla del Dniéper, decidiendo compartir el almuerzo, que resultó suficiente y barato (unas 45 hrynvias –2 Euros— por persona), con unos entremeses de salchichón y varias verduras, un cuenco de sabrosa sopa solyanka, y un trozo de pollo al horno con pasta cocida, más postre de unos sabrosos pastelitos y manzana. La proporción calidad/precio nos resultó sorprendente, aunque era menos si reparábamos en que antes la paridad de cambio era 1 Euro=12 Hrynia, y ahora estaba, como mínimo en ¡30 hrynvias!
Acabado el yantar aún acudimos a nuestra casa en Vyshgorod para tomar café y charlar sobre todo, sin olvidar los comentarios en torno al conflicto bélico en el este de Ucrania, sobre el que hubo la general coincidencia de que Putin lo usaba a su conveniencia y todo respondía a los intereses cruzados de los oligarcas de uno y otro país, aunque quienes lo sufrían era los ciudadanos, tontos que confiaban en historias de patriotismo  bien ajenas a los magnates.

Ido nuestro sobrino a San Petersburgo, y tras disfrutar de nuestra nietecita, una recién nacida tan bonita como todas, y del encanto de su tranquila y feliz madre, llegamos a la hora de la cena, en la que al amparo de unos buenos tragos del vodka Medoff (una marca más,
pero tan agradable como casi todas) cenamos unos huevos fritos a la española –para algo habíamos traído aceite- con chorizo también español y un buen puré de patata, ésta ucraniana.

Buena cena, buen vodka y buen descanso subsiguiente que pusieron remate a nuestra primera jornada en Ucrania, en la que para nada vislumbramos ni notamos que hubiera una guerra en el país, a no ser por la crisis que denotaban los anuncios de cambio de divisas, que evidenciaban un desfase enorme respecto de los anteriores al conflicto bélico, como antes he contado.
Nuestra primera impresión fue que el pueblo ucraniano, una vez más, sabía digerir con entereza admirable la adversidad de su situación, y seguía luchando por consolidar una nación y una patria que se le había negado durante largo tiempo.

En fin, este retorno a “nuestra Ucrania” estaba llenándonos de satisfacción interior y nos hacía sentir  “lo nuestro”, mientras recibíamos mensajes de felicitación en la Pascua cristiana, porque en los países de religión ortodoxa se celebrará el próximo día 12 de Abril.

Nosotros en Ucrania, en tiempo de Pascua…

Y el mundo entre guerras, salvajismos, egoísmos, penurias, hambrunas…a la espera de una auténtica Resurrección liberadora...

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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