Paseando
por las calles de Kiev, circulando por sus autovías marginales del río Dniéper,
entrando y visitando sus mercados y supermercados, nadie podría pensar que está
en la capital de una nación que viene manteniendo desde hace un año una guerra
intermitente en dos de sus regiones del este, contra una potencia como Rusia, que
actúa encubierta por los llamados separatistas de la “nueva Rusia”.
Porque
el pulso ciudadano en unos y otros barrios semeja el mismo de siempre, aunque
llama la atención del visitante, a mí mismo en este caso, que hay bastantes
edificios nuevos y que se sigue construyendo de manera significada.
Las
gentes se desplazan “de acá para acullá” y llenan las estaciones del metro –tan
eficiente y útil como siempre- como si la paz imperara en la nación completa.
Coches
los hay por todas partes, como ya era habitual, y si acaso destacan algunas
obras públicas nuevas (puentes, calles, aceras) que evidencian una ciudad viva
y con fuerte pulso vital.
La
otra cara de la situación son los precios, porque el metro, que hace un año
costaba dos hryvnias ahora vale siete;
porque en el supermercado los productos no genuinamente ucranianos han casi
triplicado sus costes, y porque en general todo el mundo habla de que la vida
se ha puesto cara. Pero sigue…
Sí
que me ha llamado la atención, primeramente, la casi total ausencia en las calles y lugares públicos de
militares uniformados, que antes se veían por todas partes. Un buen amigo
comentaba con ironía que ahora tenían mucho trabajo en el este y por eso se
habían ido allí.
La
segunda nota destacada ha sido la escasez de moneda extranjera, porque, por
ejemplo, en Vishgorod, donde está nuestra casa, los bancos dicen que no pueden
cambiar la moneda nacional por euros o dólares, porque “no hay”.
En
Kiev, por el contrario, en las habituales casetas de cambio, las “Obmen valiut”
sí que se puede comprar divisas, pero a unas cotizaciones escandalosas y
prohibitivas, como, por ejemplo, el euro, que hace una año se cambiaba por doce
hryvnias y ahora lo hace por veintiocho o más.
Hablando
con nuestros amigos, bastantes de ellos han debido cancelar sus viajes al
extranjero, por el incremento de costes al aumentar el cambio de divisas.
Y
ello sin reparar en que el trabajo se ha vuelto más precario y los salarios se
han limitado.
Mas
lo sorprendente para mí es que las gentes siguen siendo aparentemente iguales que antes,
engullendo para sus adentros la indignación que en muchos casos les supone
escuchar desde Rusia que ella es la “madre patria”, cuando notorio resulta que
fue en Kiev donde los hermanos “Kyiv Rus” sentaron las bases de la nación rusa.
Y más aun subleva a los ucranianos que Putin se presente con el cinismo de
decir que se limita a apoyar el movimiento pro independentista de Donetsk y Lugansk,
cuando previamente se “merendó” Crimea y ahora está entrando armamento y
hasta columnas de tanques por una frontera prácticamente inexistente.
Ayer
mismo ya oí de varios maduros profesores universitarios que en el espíritu
ucraniano “jamás” (y lo decían con énfasis notable) se integraría la anexión a
Rusia.
En
medio de estas observaciones y reflexiones, nuestros dos primeros días en
Ucrania, en Kiev, fueron en esta ocasión para vivir en familia la compañía de
nuestra nietecita, cuya madre es un ejemplo de desvelos, y para tomar contacto
con los amigos de siempre, hasta visitando algunos supermercados en los que
adquirimos el vodka que no puede faltarnos en las tertulias, además de degustar
la sabrosa sopa “Solyanka”, más unos buenos bistecs de cerdo y salsas varias.
Hemos
tenido la suerte de que una de nuestras entrañables amigas, la preclara
catedrática de Biología, Ludmila, nos haya cedido su automóvil utilitario, un
Hyundai “i.30”, que nos facilita buena libertad de desplazamientos, y la
comodidad de no depender de los autobuses –mejorados, pero casi siempre
atestados de gente- y del metro, eficaz, pero que obliga a acudir a las
estaciones y descender por las atestadas escaleras mecánicas.
Por
esa facilidad de movimiento ya hemos programado varias visitas y encuentros,
con nuestro nieto ucraniano mayor (ya 19 años), Alexei, (Alyosha) por ejemplo,
y con los amigos y compañeros de mi esposa, y ya hemos programado reunirnos el
próximo domingo, día 12, para celebrar la Pascua ortodoxa, que en estos pagos
cobra especial significado y ceremonia.
En
fin, estas son nuevas impresiones de nuestra presencia en Ucrania, en Kiev, a
la espera de seguir pulsando el “alma” de sus gentes, en estos tiempos de
tribulación por una guerra que en modo alguno desean, y que ellos mismos repiten que ojalá termine pronto.
Seguiremos
contando…
SALVADOR
DE PEDRO BUENDÍA
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