Un mercadillo
es un mercado
ambulante que se instala generalmente al aire libre en uno o varios días
determinados de la semana. Otros nombres alternativos son: mercado sobre
ruedas, mercado al aire libre, mercado/feria de (las) pulgas,
rastrillo, bazar,
feria libre, zoco, pulguero, plaza,
tianguis e incluso mercado de antigüedades,
mercado persa, en los casos en los que en ellos se comercia con ese tipo
de objetos.
Esta
modalidad de «venta ambulante»
tiene muy distintas formas dada la gran variabilidad de estos mercadillos (y
los productos que ofrecen) alrededor del mundo.
Los
mercadillos suelen situarse en lugares públicos o cedidos por el ayuntamiento de la localidad tales como plazas,
avenidas, aparcamientos, etcétera.
Características generales
Los
puestos suelen consistir en tenderetes que están formados por estructuras
metálicas desmontables sobre los que se coloca un tablero a modo de mostrador.
Sin embargo, también puede colocarse el género sobre mesas plegables o
directamente en el suelo sobre mantas, cestas u otros recipientes. Los
productos que se ponen a la venta son de lo más variado: productos
alimenticios, prendas de vestir, productos para el hogar, plantas, abalorios,
etc. Cada vendedor debe pedir su licencia de venta al ayuntamiento o delegación
o municipio, pagar la tasa correspondiente
y se le asigna un puesto determinado dentro del recinto.
Los
mercadillos gozan de gran aceptación popular por su fama de chollo o regateo,
ya que venden productos a menor precio que en los comercios tradicionales. Las
razones son variadas:
- Las tasas que pagan los vendedores por instalarse son menores que los comercios tradicionales.
- No tienen que hacer frente a gastos fijos como luz, agua, alquiler de local, aunque pagan un vehículo, normalmente un furgón, y sus gastos como el gas-oil etc. Hoy en día también les obligan casi todos los ayuntamientos a contratar un seguro de responsabilidad civil, pagar las tasas de ocupación de vía pública y de basura industrial, estar dado de alta en el censo de Hacienda y en la Seguridad Social y estar al corriente de los pagos.
- Suelen ser negocios unipersonales o familiares.
- Los artículos puestos a la venta suelen consistir en restos de serie, productos con tara o productos fuera de temporada, antigüedades, excedentes de fabricación que se han comprado directamente a los fabricantes. También venden artículos como cualquier comercio establecido con menor margen de beneficio para atraer el mayor público posible
A
veces, se denomina también mercadillos a los mercados estables con una
pequeña superficie de venta.
(De
Wikipedia)
…
La empanada gallega de zorza es
un alimento muy típico en la cocina gallega, forma parte de una de
sus identidades. Es una preparación culinaria que se ofrece en los municipios
de Galicia en las ocasiones de fiesta. Suele prepararse con diversos contenidos
en su interior, todos ellos procedentes de las costas y tierras gallegas.
Se suele servir fría o caliente.
Se prepara la zorza
preferiblemente el dia anterior, troceando la carne en tacos pequeños y
adobándola con sal, ajo, perejil, pimentón dulce abundante, las demás especies,
una pizca de aceite y un chisco de agua . Se hace el sofrito y al final se le
añade la carne para que se haga un poco. Se deja enfriar y se procede a
confeccionar la empanada.
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El pulpo
a la gallega (en gallego polbo á
feira) es un plato tradicional de Galicia y básico en su gastronomía,
aunque su consumo se ha generalizado por toda España. Se
trata de un plato festivo elaborado con pulpo cocido entero (generalmente en
ollas de cobre) que está presente en las fiestas, ferias y romerías de Galicia, El Bierzo (León) y Sanabria (Zamora) de ahí
su nombre "á feira". La cocción se realiza tradicionalmente
por las polbeiras (palabra que designa a las pulperas en gallego), suele servirse en la actualidad
frecuentemente como tapa.
Características
El
plato consiste en pulpo limpio de sus vísceras y que es cocido
entero durante algún tiempo (preferiblemente en una olla de cobre)
con el objeto de ablandar su carne, a veces es congelado unos días antes con el
objeto de ablandar el nervio, otras es golpeado varias veces contra una
superficie. Por regla general el "cocido" del pulpo se hace tres
veces, es decir se introduce en agua hirviendo durante escasos segundos y se
saca, así tres veces. A esta técnica se la denomina "asustar" y ayuda
a que conserve su piel una vez que esté cocido. Luego se deja cocinar en el
agua hirviendo durante una cantidad de tiempo determinada según el origen del
pulpo y su peso.
El
pulpo bien cocido conserva todavía su piel, por esta razón se le deja reposar
al aire un cuarto de hora antes de ser servido. La operación de cocido sobre
ollas de cobre es tradicional que sea hecha por mujeres al aire libre y que en lengua gallega se denominan polbeiras. En
algunos pueblos se asigna un domingo de cada mes para las pulperas, sobre todo
en la provincia de Orense, y ellas lo cocinan en la calle para la gente que
quiera degustarlo. En la actualidad se suele congelar pues está más blando.
Servicio
Tras
la cocción es cortado mediante unas tijeras en rodajas de un centímetro de grosor
aproximadamente; es servido espolvoreado con pimentón en su superficie. Dicho pimentón es
usualmente dulce pero también se lo mezcla con pimentón picante. En algunas
ocasiones, también se acompaña de patatas cocidas con piel y presentadas
enteras cortadas por la mitad (cachelo o cachelos en
plural). En la comarca de Sanabria es tradicional
servirlo acompañado de ajo. Es frecuente verlo servido caliente, recién
hervido, puestas las rodajas sobre una tabla de
madera mientras sobre el montón se le rocía con abundante aceite de oliva (mediante el empleo de una alcuza), pimentón y se vierten algunos granos de sal gorda.
Es
frecuente que se sirva acompañado de diversos palillos para que los asistentes puedan asignarse
las rodajas de pulpo y servirse de ellas a modo de tenedor. Suelen servirse con el pulpo diferentes vinos tintos.
Costumbres
Es
típico esta preparación en los días de Feria (junto con la empanada). Existen ferias señaladas como la de la
Ascensión en Santiago de Compostela
(La Coruña),
las de Froilán en Lugo.
Si la feria es de gran tamaño se suele empezar a cocer el día antes. Las
pulperas -es tradicional que sean mujeres- suelen trasladarse con sus ollas de
cobre y suelen colocarse en los laterales de la feria. Cada una de las pulperas
introduce y saca el pulpo mediante un gancho de hierro. Es costumbre que se
cuezan varios pulpos al mismo tiempo.
(De
Wikipedia)
…
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Nuestro
proyecto de estancia en el Pazo da Pena y en las tierras de Trives estaba llegando
a su fin, y por eso decidimos dedicar el último día a la zona, evitando viajes
y kilómetros (ya nos esperaba la vuelta a casa el siguiente día), y comenzamos
por acudir a A Pobra de Trives, en la que se nos había anunciado una feria.
Acudimos
a la capital de la comarca, pero hallamos el tradicional mercadillo, no
demasiado grande, en el que se ofrecían a la venta casi las mismas cosas que en
cualquier otro lugar de España, si exceptuamos algunos chorizos y quesos.
Dimos
una sosegada vuelta por todos los tenderetes, y aún compramos algunas prendas de
baratura, pero notamos en el ambiente una animación especial, y es que en la
zona más del centro, donde está la mayoría de bares y cafeterías, había mucha
gente en las terrazas, y en las cercanías de cada establecimiento había una
“pulpeira”, con sus cazuelones puestos al fuego e hirviendo, y manipulando unas
grandes piezas de pulpo, cuyo proceso de cocción y elaboración admiramos con
gusto, comprobando cómo la mayoría del público en las terrazas compraba raciones
del manjar, que degustaba en las propias mesas, e inclusive bastante gente acudía con recipientes para comprar y llevarse raciones del apreciado producto marino.
Concluido
para nosotros el espectáculo “pulpeiro”, visitamos varios de los hornos y adquirimos un gran pan gallego tradicional (que se nos aseguró
nos duraría fresco y en condiciones casi una semana), y también nos tentó –y
compramos— una empanada gallega de zorza (véase la explicación que precede a
este comentario), cuya duración se nos garantizó por la hornera.
Queríamos
comprar las siempre deliciosas patatas gallegas (la cosecha acababa de ser
recogida) pero en el Pazo se nos prometió que nos serían suministradas allí.
En
fin, que llegó la hora de la comida y nos sentamos en el coqueto salón comedor
del bar-restaurante “O Pilón”, en el que se nos ofreció un amplísimo menú, con
más de diez posibilidades cada plato.
Optamos,
respectivamente, por unos deliciosos callos gallegos (estos llevan garbanzos),
ensalada especial, churrasco con patatas y croquetas de bacalao, con unos
buenos profiteroles de postre y un carajillo (gallego, es decir, con
aguardiente quemado) de remate.
Tras
ello pensamos que era buena ocasión para volver al Pazo y descansar en una
breve siesta, que se prolongó algo más de lo querido, pero no olvidamos acudir
a una tienda en la propia Manzaneda en la que habíamos encargado un “queixo da
mata” y en la que también compramos unos chorizos caseros, unos secos, para
comer así, y otros para guisar.
De
esta manera habíamos casi completado nuestras necesidades de compras
alimentarias, por lo que retornados al Pazo tuvimos la oportunidad de charlar
un buen rato con dos de los propietarios, que nos enseñaron los interesantes
museos de carpintería, etnológico, de tejido y la bodega propia, lo que nos
desveló que en la finca había sido puesto mucho más que un simple propósito de
explotación hostelera y más bien se había aplicado un gran celo en la
reconstrucción y mantenimiento según las tradiciones gallegas.
Aún
nos quedó tiempo de conversar con otros huéspedes (una pareja de funcionarios
de la ONU, con su simpática niña, que estaban gozando de una excedencia en Tuy
y en Corrubedo), con quienes charlamos largamente sobre viajes y experiencias
personales en otros lugares.
Llegó
el ocaso, y con él nuestra parca colación, que consistió en un pequeño trozo de
empanada regado con una fresca cerveza, para experimentar las últimas
sensaciones de este viaje aspirando los aromas de la tierra cuando anochece.
El
descanso fue amplio porque al siguiente día, sin madrugar en exceso,
desayunamos bien, recibimos (sorpresa) el obsequio de una buena cantidad de
patatas y pimientos ofrecidos por el dueño del Pazo y unas cositas de recuerdo
que la buena de Isabel (administradora, gobernanta, relaciones públicas, y todo
lo preciso en el Pazo), nos entregó con todo afecto.
La
despedida fue tan afectuosa como repleta de “morriña” (ese sentimiento tan
gallego de alegre tristeza por lo que se ha perdido o va a dejarse) y con
nuestra promesa de perenne recuerdo y regreso algún día.
Habían
sido unos días llenos de experiencias y bellas sensaciones, que si se escriben
es para que alguien trate de revivirlas a su modo y manera.
Y si
puede “perderse” en el Pazo da Pena (que es lo recomendable) mucho mejor.
Al
filo de las once de la mañana enfilamos la carretera OU-533, que nos condujo
hasta A Gudiña, punto en el que hicimos nuestra la A-52 en dirección a
Benavente (no demasiado concurrida).
Ya en
la A-6, dirección Madrid, un reparador café en Villardefrades nos permitió
sobrepasar la capital y tomar un pedacito de empanada cerca de Perales de
Tajuña, ya en la A-3, con bastante más tráfico, por la que viajamos con calma
hasta el destino final, Valencia, nuestra casa, en la que, en medio de un calor que ya habíamos olvidado,
entramos sobre las ocho de la tarde.
Había
terminado este viaje vacacional a los ríos del noroeste de España. Nos quedaba el embrujo de sus riberas y sus aguas.
Empezaban
ahora los recuerdos…
En
total habíamos recorrido 3.600 kilómetros, de ellos unos 2.000 por tierras
gallegas.
Muchos kilómetros, sí, pero todo había valido la pena (Pazo incluido)...
SALVADOR
DE PEDRO BUENDÍA
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