(4.1)
La hospitalidad de la familia Ierulescu.
Después de charlar un rato, se nos invitó a pasar al salón comedor, en el que se había dispuesto una larga mesa
Después
de muchos viajes por el universo mundo, conociendo bastantes países, lugares,
parajes, accidentes geográficos y, especialmente, muchas culturas y gentes, si
algo he tenido claro en los últimos tiempos, es que, dondequiera que vaya, el
contacto humano, la convivencia y conocimiento de diferentes costumbres y el experimento de tratar con otras gentes
de otra etnia y cultura, resulta esencial, además de apasionante.
En
esa conciencia, cuando me decidí a aceptar (no siendo mi costumbre) la
invitación de mi estimada alumna rumana, Paula Ierulescu (ya Master en economía por la
Universidad de Petrosani, Rumania), lo hice con la casi certeza de que sus
familiares estaban adornados por los mismos valores de sinceridad, simpatía y
buen hacer de la hija ya conocida, Paula.
He
de confesar que por mi parte escudriñé un poco en las redes sociales sobre el
aspecto y forma de vida de la familia y pude visionar a un matrimonio joven, en
la cuarentena, y dos hijas veinteañeras.
No iba a acudir con mi esposa, por tanto, a un encuentro “a ciegas”.
Así
pues, cuando en el dintel de la casa de la familia hallé a Daniela, la madre,
su simpático y bello semblante me confirmaron la imagen de inteligente afectuosidad
y bondad en la acogida que había intuido al conocerla via Internet.
Casi
al instante apareció Paula, alegre y vitalista, que se lanzó a besar a mi
esposa y me propinó dos sonoros ósculos al tiempo que me abrazaba.
Después
de las preguntas usuales sobre el viaje, y de sacar el equipaje del coche, se
nos condujo a la que había de ser nuestra habitación, en la segunda planta del
edificio bastante nuevo que se hallaba a la izquierda entrando, con semisótano
de cocina y despensa, planta alta con salón comedor, el dormitorio asignado a
nosotros, y otro dormitorio en la planta alta.
Al
fondo del terreno había una construcción que se nos dijo era el albergue de una
vaca y su retoño, de un cerdo y varias gallinas.
Y
la derecha entrando, flanqueando el amplio patio, otra construcción habitable.
Al
cabo de un rato apareció el padre de familia, Ion, un hombre cercano a la
cincuentena, simpático y algo fornido, quien nos saludó en rumano y si le entendimos fue porque Paula tradujo.
Aun
nos faltaba conocer a la otra hija de
familia, Andrea, también guapa y simpática y que nos sorprendió hablando un
aceptable español.
Después de charlar un rato, se nos invitó a pasar al salón comedor, en el que se había dispuesto una larga mesa
repleta de todo tipo de viandas, algunas desconocidas
para nosotros, a las que agregamos las lonchas de jamón español que habíamos
llevado, y que se consumió por los dueños de la casa con especial placer.
(Seguiré
contando)
SALVADOR
DE PEDRO BUENDÍA
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