Más de un año sin publicar mis experiencias viajeras, lo cual lamento y por lo cual me excuso con los lectores y seguidores del blog.
En verdad, desde el
último post hemos soportado en España varias (2 ó 3) nuevas “olas” de Covid-19,
con su carga de confinamiento, restricciones, limitaciones de aforo,
reducciones de viajes y un sinfín de cortapisas, en ocasiones más arbitrarias
que justificadas.
Por ello, y porque,
además, se me “coló” una incidencia de salud importante, que me enfrió el
espíritu viajero y hasta mis latidos vitales, ya que las obligaciones médicas y
las agresiones medicamentosas pasaron a ser preferentes, por ello, repito, me
instalé en una aparente o indolencia para programar y realizar viajes que
hubiera deseado.
Parece que la “ola” se
ha ido minimizando, y aunque las exigencias de cumplimientos médico/sanitarios
no han desaparecido, creo que ha llegado el tiempo de ilustrar algo sobre alguna
de las vivencias viajeras en todo el tiempo pasado, especialmente en el verano
de 2021
Es cierto que proyecté algunos viajes, como, por ejemplo, a las islas Canarias, más concretamente a la isla de Tenerife, que yo bien conocía, pero que mi esposa apenas si había tenido ocasión de visionar en un viaje de cuarenta y ocho horas cuando me acompañó a unas entrevistas por motivos profesionales.
Ya había decidido la
compañía aérea para el desplazamiento y elegido el alojamiento, cuando
reaparecieron las restricciones de viajes y las limitaciones de entrada y hube
de decidir un aplazamiento que se ha ido demorando hasta ahora, aunque espero
que pronto podrá obsequiar a mi cónyuge con el viaje que bien merece.
También debíamos, el
matrimonio, viajar a Ucrania, tierra natal de mi esposa, para resolver asuntos
administrativos, pero a la práctica desaparición de vuelos (y más aun vuelos
directos desde Valencia) se unió la existencia de cuarentenas y la exigencia de
especiales vacunas, de manera que, demorado el proyecto mes a mes, al final se resolvió
que viajara solamente mi mujer, y yo me quedé en Valencia, enfrascado en
consultas médicas y pruebas hospitalarias y aumentando por ello mi sed de viaje
y más al precioso y querido país del Dniéper.
Al final casi ha pasado el verano y me he limitado a un viaje de un día
por motivos cuasiprofesionales a Alicante, aunque la visita de la muy querida ex becaria Erasmus, de Rumanía, Paula Ierulescu, durante dos semanas sirvió para que al acompañarla Se propiciara visitar lugares cercanos, como la inigualable por su belleza Albufera de Valencia, y la cercana isla de El Palmar, en la que un delicioso arroz de mariscos cocinado en paella, junto al canal que discurre junto a la terraza posterior y arrozales del cada vez más apreciado Casa Jaume, en cuyo restaurante el camarero rumano (muchos años ya en Valencia), siempre servicial y simpático, Pau, nos facilitó con su entregado servicio, momentos de grata estancia, no solamente degustando los buenos condumios sino especialmente contemplando, con los murmullos del agua discurrente cercana, el verde intenso de los campos de arroz, ornando como un tapiz el horizonte hasta la lejanía.Así estaba pasando el
verano cuando, cercano el fin de agosto, opté por realizar finalmente un viaje
de cierta importancia, y pude convencer a mi esposa (algo decaída por un contagio
de Covd-19 pese a su vacunación doble varios meses antes) de desplazarnos
siquiera por un largo fin de semana a una zona de España que ella hubiera
conocido menos y no hubiéramos frecuentado en mucho tiempo.
Surgió así la idea, que se convirtió en proyecto, de viajar hasta el valle de Pineta, en eL pirineo aragonés, provincia de Huesca, zona lindante con Francia, cuna del majestuoso Monte Perdido.
De ello comentaré en mi
siguiente entrada.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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